Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Sin muertos les cuesta hacer política. En los treinta los mataban ellos directamente. El PSOE siempre ve en los cadáveres amontonados una oportunidad. Como el 11 de marzo maldito que trajo a Zapatero y, con él, esta larga infamia

Si Sánchez no tomó todo el control ante la catástrofe de la dana que estos días explotan los buitres más carroñeros de la izquierda, fue porque no quiso. De acuerdo con el ordenamiento jurídico, podía hacerlo; de acuerdo con la prudencia, debía hacerlo. Si Sánchez no lo hizo, fue para colgarle los muertos a Mazón, que puede no ser el hombre más diligente del mundo, pero no es el criminal que pintan las fieras del régimen. Si Sánchez le cuelga a otro los muertos que él pudo evitar es porque el PSOE no conoce ningún límite. Con lo que llegamos a un principio cuyo desconocimiento es ya imperdonable. Así, la falta de reflejos de Mazón, le prueba de la urgente necesidad de que Mazón despierte y se entere de dónde está y de qué va la política española, no es tanto su alargada sobremesa gentil con una bella dama como la insensatez con que se abrazó a Marlaska y se puso a elogiarlo. Marlaska, por las razones que sea, interesantes sin duda y también desagradables, huele la sangre. Carente de empatía, tomaría el amigable, fraternal recibimiento de Mazón como la muestra de ternura que invita a los lobos a morder corderos. Mazón es un cordero, no un lobo. Un cordero despistado y hasta negligente, pero ¡cómo hay que tener el alma de podrida para detenerse en las humanas carencias de Mazón y no ver los inhumanos atributos de Sánchez, Marlaska y Robles!

Todo el dolor que ahora dicen sentir los socialistas se lo han tenido que implantar, quizá con el método Stanislavski. Cada uno, en su casa, ha agarrado una silla, la ha puesto en el centro de su habitación y se ha preguntado y contestado: ¿Quién soy? Una persona decente. ¿Dónde estoy? En un plató de televisión. ¿Qué quiero? Lo de siempre, coño, invertir las culpas. Y tras mantener una discusión consigo mismo, cada socialista vence por unos días a su chulo interno, convencido de que él no tiene que dar explicaciones, para dar paso a un doliente ciudadano profundamente herido por esas tragedias que son culpa de otros. Hay que engañarse mucho, pero estamos hablando de socialistas, así que no hay problema. Puede que mientras arrugan la frente y aprietan los puños de justa indignación estén acordándose de las razones por las que murió tanta gente, de las obras que debiendo hacerse no se hicieron por supersticiones ideológicas, de la diabólica saña con la que decidieron cargarle los muertos a otro, de la insensibilidad que les permitió ir a votar a la gentuza consejera de RTVE mientras España enmudecía frente a las imágenes inconcebibles. Y del modo en que se retrasó el auxilio policial, militar, de bomberos, o la ayuda internacional, para maximizar la cosecha de muertos. Sin muertos les cuesta hacer política. En los treinta los mataban ellos directamente. El PSOE siempre ve en los cadáveres amontonados una oportunidad. Como el 11 de marzo maldito que trajo a Zapatero y, con él, esta larga infamia.