Editorial-El Correo

  • Clamorosos fallos en el funcionamiento de las instituciones hacen posible la fuga de Puigdemont en medio de una multitud en Barcelona, que requiere urgentes explicaciones

Cataluña inauguró ayer un nuevo tiempo político con la investidura de Salvador Illa, el primer presidente de la Generalitat no independentista en los últimos catorce años, aunque elegido también con los votos de un partido secesionista como ERC. El discurso en el que el líder del PSC desgranó su programa y el desarrollo del pleno del Parlament quedaron relegados a un segundo plano por el efímero regreso de Carles Puigdemont, huido de la Justicia desde la frustrada intentona rupturista de octubre de 2017, y su sorprendente desaparición en medio de una multitud que le había aclamado en las inmediaciones de la Cámara, donde pronunció un inflamado discurso victimista desde un escenario levantado para la ocasión. El teatral golpe de efecto del dirigente de Junts, sobre el que pesa una orden de detención del Tribunal Supremo, al burlar el espectacular despliegue policial y esfumarse como por arte de magia deja en un ridículo a los Mossos d’Esquadra, requiere explicaciones convincentes por parte de sus máximos responsables -también del Govern en funciones de Esquerra- y supone una humillación para el Estado de Derecho. La imagen exterior de España ha sufrido un severo varapalo ante el clamoroso fallo en el funcionamiento de las instituciones.

Puigdemont había anunciado el retorno de su autoexilio con el supuesto propósito de asistir al pleno. Una promesa incumplida pero no porque fuese arrestado antes de la sesión, sino por una nueva fuga en pleno centro de una Barcelona blindada para ponerle a disposición de la Justicia en cuanto se acercara al Parlament. Resulta escandaloso que, conociéndose de antemano que entre los actos organizados por su propia formación figuraba un recibimiento junto al Arco de Triunfo, la Policía catalana no hubiera contemplado siquiera la posibilidad de que escapara antes de encaminarse desde allí a la sede del Legislativo o durante el breve trayecto. El prestigio del Cuerpo sufre así un golpe demoledor, atribuible a la ineptitud de los mandos que planificaron el fallido dispositivo de seguridad, a razones ideológicas o a ambas causas a la vez. Los representantes sindicales dieron en la diana al hablar de «vergüenza histórica». La detención de dos agentes por su presunta colaboración en la huida echa más leña al fuego. Tampoco quedan bien parados los servicios de inteligencia, la Guardia Civil ni el Cuerpo Nacional de Policía -dependientes todos ellos del Gobierno central-, que no detectaron al prófugo cuando traspasó la frontera ni antes de que irrumpiera entre vítores en el corazón de la Ciudad Condal.

El expresidente de la Generalitat acaparó el protagonismo en una jornada que osciló entre el esperpento y el sainete. Su ‘show’ demuestra que, una vez confirmado que ERC no rompería el pacto con el PSC, su voluntad no era dejarse capturar, sino mofarse una vez más del Estado y presentarse como mártir con un discurso populista de manual con un apoyo menguante en los últimos años. El pleno de investidura se celebró con el previsible cruce de mensajes, aunque en un clima que mezclaba estupor y desconcierto. Con Illa al frente, apoyado por Esquerra y los Comunes, Cataluña afronta un cambio político en el que la mejora de los servicios públicos, desatendida durante más de una década y principal preocupación ciudadana, se perfila como prioritaria frente a una pulsión secesionista en claro declive. El líder socialista no lo tendrá fácil con un Parlament fracturado y con las heridas del fracasado ‘procés’ aún por cicatrizar.