- Sánchez no busca ganar aquí o allí sino sumar los más votos posibles, al menos conservando los apoyos que tenían los sanchistas donde perdieron, y así no disminuir sus opciones en el conjunto. El tramposo y trilero de siempre
Muchos se preguntan por qué Marisu Montero se muestra tan borde, tan extremosa y tan descabellada en su adelantada campaña electoral andaluza que desarrolla sin descanso mientras sigue siendo vicepresidente primera del Gobierno, ministra, vicesecretaria general del PSOE y cabeza del socialismo andaluz. Casi nada. Tiene más cargos que Santos Banderas, el tiránico general creado por Valle-Inclán. Montero cree que ganará; lo repite, pero no se lo cree. En ese campo de optimismo crecen, bien regados de braceos y gestos labiales, sus desmesuras.
La de la mano quemada –la puso al fuego por su jefe de gabinete y ya vimos– es un peón más en la escenografía de Sánchez. Los utilizados no se dan cuenta hasta que es tarde. Son como un clínex: de utilizar y tirar. El residente en Moncloa sabe bien que ni Marisu Montero ni Óscar López, por poner dos ejemplos para ellos emblemáticos, ni la mayoría de ministros que ha desplazado a las candidaturas autonómicas, van a ganar sus elecciones, pero su planteamiento es otro, y a mi juicio hábil, incluso brillante. Sánchez no busca ganar aquí o allí sino sumar los más votos posibles, al menos conservando los apoyos que tenían los sanchistas donde perdieron, y así no disminuir sus opciones en el conjunto. El tramposo y trilero de siempre.
Sánchez ha asumido presidir un Gobierno sin gobernar, y no creo que piense que le ha ido mal. Menos quebraderos de cabeza. Se sube al último tren que pasa, sea Ucrania o Trump, a favor o en contra según le conviene. Vive en Moncloa, viaja en Falcon, acude a todos los saraos internacionales, aunque se le vea siempre orillado, se ha acostumbrado a no salir a la calle por miedo a los abucheos, y se crece al otorgar concesiones sin límite a sus socios independentistas. Ahora Sánchez asegura a Puigdemont que el Tribunal Constitucional tendrá aprobada su amnistía en mayo como muy tarde. ¿Ya se lo ha garantizado el sumiso Conde-Pumpido? Es vergonzoso en una supuesta realidad democrática. El resultado antes de la votación. Y los magistrados burlados ni dimiten ni protestan.
Acaso la intervención de Sánchez en el Congreso que más le retrata, por disparatada –y no ha dicho pocos disparates– sea aquélla en la que dice a Feijóo: «Hubiera bastado con que mientras negociábamos nos dijeran: no sacrifiquen la unidad de España, no humillen a la nación para conseguir esos siete votos, aquí tienen los nuestros, soportaremos que sigan gobernando». Y lo proclama en un pleno parlamentario el presidente de un Gobierno que lo es pese a haber perdido las elecciones. Es consciente de que por seguir en Moncloa sumando siete votos, ha optado por sacrificar la unidad de España y por humillar a la nación, pero lo encuentra natural y acusa a la oposición de no darle sus votos soportando que gobiernen los perdedores. La calaña humana y política de este tipo queda clara.
Sánchez sacrificará a quienes necesite cuando lo crea conveniente, utilizará a los ministros desde la trampa de ejercer sus responsabilidades y los papeles de candidatos al tiempo, sin campañas electorales abiertas ni dimisiones previas. Sabe lo que quiere: salvar los muebles, los suyos, como hasta ahora. Para Sánchez el único interés es él mismo. Tratará de mantener como sea el porcentaje de votos de las últimas generales. Otra vez un Frankenstein de los mismos y así andar más camino para trocear España, entre tantos otros desastres previsibles. Nuevamente al timón el inútil caudillo de Moncloa, sin mapas, sin buena tripulación y sin rumbo. Y cada vez en más agitadas aguas. De ahí la demagogia barata de Marisu Montero y el coro de ministros-eco. Sólo son engañabobos, aunque debemos reconocer que los bobos en España son legión.
Sánchez es un tipo con suerte. Ya está escrito que los gafes perjudican a los demás, pero se salvan ellos. No quiero ni pensar en los desastres habidos en España durante sus años de mandamás. A veces vuelvo a Valle-Inclán, al imaginario país de «Tirano Banderas», Santa Fe de Tierra Firme, a aquella dictadura de un hombre despótico, rodeado de aduladores e intrigantes, a aquella oposición de alucinados románticos y visionarios… No se daban cuenta, pobres, que con quien no guarda las reglas ser amable y respetuoso suele ser suicida. Santa Fe de Tierra Firme, o sea, en cierto modo, España. Santos Banderas, el tirano, cayó.