ABC-IGNACIO CAMACHO
Los hechos dan la razón al PSOE de la vieja guardia: la deriva iluminada del «procés» imposibilita cualquier alianza
ADEMÁS del apego al poder propio de casi todos los gobernantes, existe un factor psicológico en la voluntad de resistencia de Pedro Sánchez. Sus reacciones tras las dos últimas elecciones, calificando de históricas sendas derrotas humillantes, demuestran que no se considera un presidente provisional elegido en circunstancias especiales, sino el líder lógico de una mayoría «de progreso» abortada por su propio partido mediante maniobras irregulares. La moción de censura sólo habría venido a restablecer esa presunta legitimidad apodíctica, incuestionable, que entiende surgida de la espontánea confluencia entre socios naturales. Esa interpretación de los resultados electorales, compartida con Pablo Iglesias, es la clave que sostiene su afán de aguante, la que le empuja a blindarse contra toda evidencia de desgaste. Pero tiene una grieta, que es la tendencia al chantaje de un separatismo al que la difícil digestión del procés ha vuelto incontrolable.
Para consumar su mandato, Sánchez necesita un nacionalismo pragmático, avenido a componendas y pactos, que se aleje de la tentación rupturista y del delirio visionario. Lo está empezando a encontrar en ERC, tradicional aliado que al cabo de un año parece haber aceptado el fracaso y reformulado su estrategia hacia una secesión a largo plazo. Su problema está en Torra, un iluminado preso de la pinza entre el prófugo de Waterloo y los fanáticos hiperventilados que le acusan de aceptar el autonomismo y de olvidarse del prometido horizonte republicano. Para aplacar a Puigdemont, el Gobierno mantiene discretos contactos de los que surgen ciertas promesas de indulto y otras ofertas de compromisos vagos. Más difícil resulta, en cambio, contentar a los exaltados que sirvieron como fuerza de choque en el golpe de Estado, que reclaman la efectividad de la independencia formalmente declarada hace un año y que, entre impacientes y desengañados, entienden ya como traición cualquier clase de aplazamiento o de repliegue táctico. De esa presión ha nacido el ambiguo ultimátum que Torra plantea para apaciguarlos y que de consumarse abocaría a este Gabinete precario a tener que aceptar la cruda realidad de un prematuro descalabro, forzado por quienes creía parte de su proyecto mesiánico.
Al cabo del tiempo, los hechos dan la razón a los veteranos dirigentes del PSOE que decidieron deshacerse de su secretario general aunque fuera arrojándolo por la ventana. Por más que la socialdemocracia siempre se haya entendido bien con los nacionalistas, la deriva revolucionaria de éstos terminó por abrir los ojos a la vieja guardia, que entendió que la amenaza de insurrección volvía imposible cualquier alianza. Pero Sánchez sobrevivió, rescató su programa y lo puso en marcha. Ahora vive en la insoluble contradicción de tratar de gobernar España cabalgando sobre un tigre enajenado por el designio expreso de liquidarla.