Miquel Escudero-El Correo
La Declaración de Independencia de Estados Unidos se firmó en la ciudad de Filadelfia; también, un decenio después, la Constitución. Hará ahora 155 años que, en ese mismo lugar de Pensilvania, trabajadores del sector textil fundaron la plataforma ‘Knights of Labor’, cuyo nombre completo era ‘La Noble y Sagrada Orden de los Caballeros del Trabajo’; rimbombante título más propio de una asociación masónica ritual que de una fuerza sindical.
Pretendían promover tanto la educación como incentivar la cooperación, de modo que cada trabajador fuera su propio jefe. Se fundaron cuatro años después de acabar la Guerra de Secesión, ya ratificadas las enmiendas 13 y 14 de la Constitución: abolida la esclavitud se declaró la igual protección ante la ley. Herederos del abolicionismo esclavista, los KOL querían la inclusión de los excluidos mediante una transformación del orden social que terminase con la arbitrariedad del poder.
En 1887, al año siguiente de la revuelta de Haymarket que dio lugar a los mártires de Chicago y a la declaración del 1 de mayo como día de los trabajadores, los Caballeros del Trabajo intentaron organizar a los trabajadores de caña de azúcar de Luisiana. Pero la brutal masacre de Thibodaux hizo fracasar ese ensayo y supuso el ocaso de la organización.
En ‘La república cooperativista’, Alex Gourevitch evoca al líder de los KOL Terence Powderly afirmando: «Algún día el sistema actual deberá ser desbancado por un plan de cooperación mediante el que el hombre puede controlar la máquina que maneja». La máquina, sostenía, debe convertirse en esclava del hombre y no al revés. Una inquietud que está en plena vigencia