“Cómo España se repite, es increíble”, escuché de un periodista e historiador erudito hace unos días. Recordé fugazmente a Ortega y Gasset: “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”, y pensé: pues se repetirá usando una perspectiva histórica, pero hoy por hoy la repetición más percusiva, es la cotidiana. El punto es, que en este gobierno, cada día se pesa en oro. No es que Pedro Sánchez esté simplemente resistiendo. No. Eso es lo que le conviene que creamos. Es que cada día que logra quedarse en La Moncloa, lo usa. Lo usa con un fin, lo aprovecha para algo. Y ese “algo” no es gobernar, sino rediseñar el sistema para garantizar que no se le pueda juzgar nunca por lo que está haciendo. Aunque termine desmantelando el Estado entero.
“Es listo, cada día inventa algo para distraer”. Error, es más listo que eso. No es distracción. Es estrategia.
La gran mentira
Esa es la gran mentira de la temporada: que Pedro Sánchez improvisa, que lanza escándalos para tapar escándalos, que ya no sabe lo que hace. No. Lo sabe. Lo hace todo con precisión y mente fría. Cada decisión, cada nombramiento, cada decreto, cada silencio, cada viaje. No hay caos: hay un plan. Hay un proyecto de ocupación institucional y reforma subterránea, que necesita tiempo para consolidarse. Tiempo para que no se pueda desandar el camino.
Tiempo para blindarse.
Pensemos en cualquier semana. Hoy usa el día para contratar a la empresa Indra que diseñará una Agencia Tributaria propia para Cataluña. ¿Quién la pagará? Todos. ¿Quién se beneficiará? Los socios del chantaje permanente. Ayer lo usó para blindar a Bolaños, bloqueando cualquier investigación por el caso Begoña. Mañana, para aprobar casi 40.000 nuevas plazas de empleo público para 2025. Casi la misma cantidad cada año desde 2018. Y todos sabemos cuál es el filtro ideológico que define quién entra y quién no.
Y otro día más, un domingo cualquiera, lo usa para que su hermano se marche a Japón, donde no hay tratado de extradición. Otro día ganado. Otro movimiento. Otro ladrillo más en el muro de impunidad.
La erosión del sistema
Cada jornada tiene un precio. No solo económico, sino institucional. Se paga con la erosión del sistema, con la destrucción de contrapesos, con el silenciamiento de medios, con la intoxicación de la opinión pública. Y como en todo régimen que empieza a oler a cierre de ciclo, el gobierno va dejando un desierto detrás. Un paisaje institucional devastado, difícil de repoblar.
Lo que vivimos no es una decadencia lenta, sino una ocupación metódica. Una “reconversión” del Estado democrático en una estructura clientelar diseñada para que el sanchismo sobreviva más allá de Sánchez, con otro nombre. Aunque él caiga. Aunque se marche. Aunque lo echen. Porque para entonces ya no habrá forma de desmontar el armazón legal, administrativo y político que está construyendo día a día.
El Boletín Oficial del Estado arde todos los días con normas, designaciones, ceses, subvenciones, opacidades y reformas sutiles pero decisivas.
Cada jornada cuenta. No se queda por quedarse. Se queda para dejarlo todo atado y bien atado.
George Orwell decía que “quien controla el presente, controla el pasado; y quien controla el pasado, controlará el futuro”. Pedro Sánchez parece haber adaptado esa máxima con pragmatismo ibérico: “Quien controla el BOE, controla la historia”. Y el Boletín Oficial del Estado arde todos los días con normas, designaciones, ceses, subvenciones, opacidades y reformas sutiles pero decisivas.
Porque cuando un poder se prolonga más allá de lo razonable, empieza a actuar no para responder a una mayoría social, sino para garantizar su continuidad. Y para eso necesita algo muy sencillo: tiempo. Tiempo que compra con el presupuesto de todos. Tiempo que financia con la paciencia cívica. Tiempo que roba al futuro.
Hacia el punto de no retorno
¿Y qué hace la oposición? Reacciona, se escandaliza; y se repite. También se repite. Porque repetir en democracia puede ser resistencia, pero también puede ser impotencia. Y hay una delgada línea entre advertir y llorar. Entre denunciar y quejarse. La izquierda ya no gobierna: construye trincheras. La derecha acumula indignación. Como decía don Antonio Machado: “En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”. La pregunta es cuántas seguirán embistiendo sin ver hacia dónde vamos, porque en este limbo, la descomposición del tejido social sigue su curso. Día tras día. El régimen cuenta fichas en una partida de póker, mientras los demás discuten las reglas.
Cada día que pasa no es uno menos: es uno más. Uno más en el calendario de su estrategia. Uno menos en el margen de maniobra del país. Uno más hacia el punto de no retorno. Y ese punto se acerca. No será un escándalo lo que lo marque. Será un día cualquiera. Un martes. Un viernes. Un domingo. Un día que, como todos los demás, se pesará en oro. Y ya no habrá vuelta atrás.