Gregorio Morán-Vozpópuli

Nos ayudaría pensar que estas han sido unas elecciones del miedo. Miedo a que Pedro Sánchez pudiera seguir, miedo a que Vox se convirtiera en parte del gobierno, miedo a que el independentismo se atreviera a retar al Estado, miedo a que la sociedad se dividiera en dos bloques. Y ocurre que cuando el miedo se enseñorea de nuestras ideas acabamos convertidos en seres tan temerosos que nos espantamos de las consecuencias. La sociedad está inquieta, los analistas haciendo cábalas, pero nadie que pueda escapará de las vacaciones. Nos mandan al campo o a la playa, pero ellos se quedan para resolver el lío en el que están metidos. Después del voto del miedo toca administrarlo.

Resulta ridículo que ahora echemos la vista atrás y tratemos de revisar secuencia a secuencia en qué se equivocaron unos y en qué acertaron los otros. Ni encuestas ni hostias, ni debates ni mentiras, el voto que entra a la urna tiene padre y madre, individuales e intransferibles, sin que le importe la aplicación de la ley LGTBI, o la gestación subrogada, o las parejas de hecho o de desecho. Por vergüenza torera deberíamos abstenernos de señalar los errores y los aciertos porque son recursos fáciles de los profetas del día siguiente. Ahora es muy fácil pasarse de listo después de semanas ambicionando imposibles.

En política no existe el suicidio voluntario, sólo el inducido. Razón por la que nadie contempla la arriesgada aventura de repetir las elecciones

La suerte está echada y toca pechar con las consecuencias. En una sociedad bloqueada y acoquinada sólo los perdedores tienen el derecho a la desfachatez porque pueden tocarle los cojones al más plantado, aunque sea por última vez. En política no existe el suicidio voluntario, sólo el inducido. Razón por la que nadie contempla la arriesgada aventura de repetir las elecciones. Y sin embargo, no puede descartarse. Nadie está libre de arriesgarse al todo o nada, porque la nada para ellos no existe, está fuera de la política. ¿Alguien puede imaginar al patético Puigdemont convertido en salvador de la estabilidad política? Pues sí, es posible. Hay precedentes en Cataluña y fuera de ella.

Los que perdieron son decisivos porque el ganador no alcanzó la victoria que esperaba y los derrotados en las urnas no tienen otra alternativa que hacerse fuertes con la tropa de los perdedores. Lo primero, cambiar el discurso. “No hemos perdido, aunque hayamos caído al borde de la ruina. Siempre nos ayudará alguien que necesite de nosotros para un apaño”. Mantenerse es lo importante. Sobre todo no te descoloques y ten claro que si formas parte del Estado Mayor siempre te lo pagarán con sueldo de estratega. Hablando en lenguaje llano: el gobierno Frankenstein ahora es más fantasmagórico que cuando lo crearon y eso da más oportunidades de abrirse camino entre las rendijas y colarse. Donde había siete ahora puede entrar el doble (sólo Sumar son 16). Es cuestión de empujarse y hacerse un hueco. El Pacto de Hierro del laboratorio Frankenstein partía de un principio aberrante pero políticamente llevadero: nadie, por muy incompetente que fuera podría ser cesado, ni siquiera por el presidente del Gobierno, en la parcela de poder pactada. La ley del sí-es-sí era tóxica pero el veneno debía asumirse como condición de permanencia. Es verdad que la fórmula tiene una matriz de familia mafiosa, pero quién lo diga será reo de “fascismo irreductible”.

¿Se acuerdan de la clausura violenta al cervantista francés Jean Canavaggio impidiéndole dar su conferencia sobre Cervantes en la Universidad de Barcelona? Tenía 81 años y lo hicieron callar y marcharse al grito de “¡Fascista!”

Ahora vamos a vivir una campaña de blanqueamiento de Junts, un partido de delincuentes desde que nació en el seno de la postconvergencia de Jordi Pujol y familia. Todos muy catalanes y muy atados al dinero público. Los comentaristas locales ya afilan los lápices para destacar su patriotismo sólo teñido de ingenuidad, porque la ingenuidad va emparentada con la inocencia y uno puede robar pero sólo si es por una buena causa; la patria oprimida, por ejemplo. A Junts y a su hermano siamés, Esquerra, debemos la filigrana de los años de humillaciones y risas, los que van de 2017 a la acampada en Waterloo; vejaron, reprimieron, violentaron a todo ciudadano que se les enfrentara. ¿Se acuerdan de la clausura violenta al cervantista francés Jean Canavaggio impidiéndole dar su conferencia sobre Cervantes en la Universidad de Barcelona? Tenía 81 años y lo hicieron callar y marcharse al grito de “¡Fascista!”. ¿Se acuerda alguno? Seguro que no, porque sólo se enteraron los testigos.

Sucedió en febrero de 2018 cuando los jabalís del independentismo dominaban las instituciones. ¿O fue Vox disfrazado de senyeras esteladas? Echen una ojeada a las hemerotecas de los diarios de Barcelona o al rigor del Colegio de Periodistas en defensa de la libertad pisoteada. No pasaba nada. Exageraciones mediáticas. ¿En qué oficina patriótica estarán ahora aquellos chicos malos de familias buenas? La sombra de Waterloo los cubrirá de silencio. Se podrían citar tantos casos que no merece la pena; los instructores ya los han borrado de su particular dietario de Memoria Histórica. No necesitan pavonearse de un pasado indefendible, sencillamente hacen como los niños malcriados: no eran ellos. Además, el implacable Estado opresor sólo daba para cubrir los gastos de sus padres.

¿Que piden una amnistía para 4.000 y un referéndum de autodeterminación? No hay dificultad constitucional que no pueda driblar la factoría jurídica de los Conde Pumpido

Perdieron las elecciones y el fervor de su público y sin embargo son decisivos.  De poco sirve que los socialistas del PSC hayan ganado, y de calle, las elecciones en Cataluña. Un conflicto inter familiar. Padres e hijos, hermanos y cuñados, charnegos integrados y desintegrados. ¿Que piden una amnistía para 4.000 y un referéndum de autodeterminación? No hay dificultad constitucional que no pueda driblar la factoría jurídica de los Conde Pumpido.

Ahora sólo se necesita tiempo y discreción. Arnaldo Otegui marca muy agudamente el camino de un profesional de la clandestinidad a unos bocazas exhibicionistas. “Nosotros no marcamos líneas rojas ni objetivos en público”. Todo se hará sin testigos; incómodos y lenguaraces siempre. El sueño de Cánovas del Castillo durante la Restauración ahora consumado en el siglo XXI para hacer presidente a un derrotado y trascendentales a las minorías.

Lo que más llama la atención es la apelación constante al carácter plural y diverso de la España que sufrimos. En el fondo no sé a qué se refieren, si al respeto a la disidencia -algo encomiable siempre- o a la idea de que el enfrentamiento en dos bloques sociales, donde la izquierda está en minoría, no es más que un engaño de los sentidos. Somos mayoría porque gobernamos y al tiempo garantizamos que jamás, jamás, permitiremos al adversario hacer lo mismo. Del voto del miedo hemos pasado a la búsqueda del socio. No habrá vacaciones para los profesionales del asunto. Es inquietante, aunque no provoque ninguna pena. Que se jodan. Va en el sueldo.