Juan Carlos Viloria-El Correo

  • Los demoledores efectos de la traslación de la hostilidad política a la vida cotidiana

En un pueblo de Vizcaya (uno que yo sepa) el bar del batzoki del PNV ha tenido que cerrar sus puertas porque el negocio no rentaba. Resulta que en esa localidad gana por goleada las elecciones la izquierda abertzale y sus bases pasan siempre de largo del bar que, por cierto, no lo llevan afiliados jeltzales, sino inmigrantes con ganas de currar. No es más que un exponente de los efectos demoledores de la traslación de la hostilidad política a la vida cotidiana. Personas que se dedican a la representación política recurren con frecuencia al atajo de la descalificación personal o de las siglas, o, directamente a la ficción malintencionada para solucionar su problema. Sin valorar el impacto emocional, anímico, cerebral y material, que provocan en sus seguidores.

Oscar Puente, que ahora recibe denuestos por parte de un zumbado en el AVE que le pregunta por Puigdemont, hace un tiempo comparaba al político fugado con Charles Manson y, a su partido, con una secta. Feijoo se cansó de llamar cobarde y mentiroso a Pedro Sánchez en la sesión de investidura, y Puente dijo que el PP es un acabado retrato de Fariña, la serie sobre narcos que ha emitido Movistar. Las agresiones verbales, por no hablar de las físicas, contaminan y contagian a una buena parte de afiliados primero, simpatizantes después y, finalmente, simples votantes. A medida que el clima político en España se ha trasladado a la sociedad se palpa el impacto en comportamientos de la vida cotidiana de la gente afín a uno u otro partido. Empezando por las redes sociales, la expresión más acabada de la intransigencia y la parcialidad plasmada en memes crueles, insultos, escarnios y ofensas en X. Pero las diferencias políticas se trasladan cada vez más a determinados medios de comunicación, especialmente la radio y la televisión.

Cada vez escucho a más personas hablar con naturalidad de que no oyen o ven determinadas emisoras de radio o antenas de TV; por no hablar de productos digitales supuestamente periodísticos. La aparición del radicalismo feminista y del ‘Me Too’ influenciado por los movimientos woke dedicados a estigmatizar y cancelar determinados intelectuales, actores, opera como una inquisición en que la pena del escarnio público es bastante más grave que la presunta falta. No quiero prejuzgar al público pero me atrevo a pronosticar que el documental de Evole presentado con agria polémica en San Sebastián, no tendrá muchas visualizaciones en determinado espectro político y moral de espectadores potenciales. La literatura, el cine y sus autores identificados con posiciones partidistas ya saben de antemano que su trabajo no traspasará las fronteras del sectarismo. Cada vez hay más comportamientos tribales y menos civilizados.