Diego Carcedo-El Correo
- España, que unas décadas atrás había conseguido prestigio internacional, lo ha destrozado en apenas cinco años
Las reyertas políticas internas, que han convertido al país en un patio mal avenido de vecindad, están distrayendo la atención sobre el desastre de las relaciones diplomáticas. España, que unas décadas atrás había conseguido prestigio internacional, lo ha destrozado en apenas cinco años. Y no se trata sólo del enfrentamiento con Donald Trump, que intenta liderar, también ha roto puentes y tradiciones de buena vecindad con otros países amigos, empezando por Israel y su precipitación por reconocer el Estado Palestino.
Incluso en las dos organizaciones regionales, la Unión Europea y la OTAN, a las que un tiempo atrás costó Dios y Ayuda incorporarse, la participación está salpicada de problemas. Con la UE ya estamos viendo cómo se nos margina etiquetado a España como miembro conflictivo que si por algo cuenta con protagonismo cotidiano es por la pesadez de sus demandas y por la variedad de litigios que como la amnistía de Puigdemont plantea a la normalidad institucional.
Con la Alianza tampoco hace mucho tiempo del descalabro de imagen desencadenado por el presidente Pedro Sánchez firmando un documento de inversiones en defensa e inmediatamente anunciando que no lo cumpliremos. Pero no son sólo con los socios en la defensa o en el proceso de integración regional donde las relaciones se han deteriorado y, lo que aún es peor, que ese deterioro será una rémora para el próximo futuro, sea cual sea el que gobierne.
También con las relaciones, tradicionalmente de corte familiar, con Iberoamérica han empeorado. El empeño por mantener una amistad preferente con la Venezuela de Nicolás Maduro, un dictador sin prejuicios de ningún tipo, arrastra al empañamiento con otros gobiernos, democráticamente constituidos, como Argentina. La intromisión en unas elecciones y la permanente hostilidad contra el presidente Javier Milei, ha deteriorado una vinculación histórica.
Tampoco puede decirse que la situación sea satisfactoria con los vecinos del sur de la Península. Las relaciones siempre complejas con Marruecos aparentan una etapa de normalidad poco trasparente. En España reside un millón largo de emigrantes marroquíes, cuyas diferencias culturales, siempre respetables, crean conflictos y más desde que el Gobierno «sanchista» entregó al de Mohamed VI, en medio de la sorpresa, algo tan delicado como la soberanía del Sahara.
Marruecos se supone que a cambio se comprometió a frenar la llegada de migrantes de manera ilegal a España, lo cual no está evitando que cada poco tiempo centenares de personas se organicen y emprendan en grupo la invasión a nado hasta las ciudades de Ceuta y Melilla que por otra parte desde Marruecos no se deja de reivindicar su entrega sin reconocer los derechos históricos, religiosos, culturales o étnicos que lo justifican su españolidad.
Mientras tanto, el acuerdo para abrir las fronteras, permanece congelado sin explicación alguna. Por otra parte, tampoco la entrega del Sahara ha sido gratis para la diplomacia españolas, por decirlo de manera coloquial. Otro vecino, Argelia, ha reaccionado poco menos que rompiendo las relaciones diplomáticas, con especial deterioro para las económicas y, de rebote, con la apertura de una nueva ruta de migrantes subsaharianos y árabes, hacia las islas Baleares.