ALBERTO AYALA-EL CORREO

Aparecieron en la arena política hace una década con la bandera de la
regeneración. Podemos con la confesada ambición de sustituir al PSOE como referente de la izquierda. Ciudadanos para ser la bisagra que evitara a los partidos del turno, PSOE y PP, tener que coaligarse -con el consiguiente desgaste para el socio menor- para impedir que los podemitas tocaran poder.

Nada de aquello ha ocurrido. Albert Rivera forma ya parte de la extensa nómina de cadáveres exquisitos de nuestra vida pública. Y su sustituta, Inés Arrimadas, correrá idéntica suerte pronto si en las elecciones madrileñas del martes 4 de mayo Cs no da la sorpresa, supera la barrera del 5% de los votos y logra así representación en el Parlamento regional. El PP ya ha activado una OPA hostil contra los naranjas que les está originando graves vías de agua.

¿Y Pablo Iglesias? El líder morado ha vuelto a romper esquemas. Esta semana ha abandonado su escaño en el Congreso y su sillón de vicepresidente segundo del Gobierno de coalición para liderar la plancha podemita a los comicios madrileños. Objetivo: evitar que los morados se queden sin representación, lo que señalaría el seguro principio del fin del partido, tras descalabros como el gallego o escisiones como la de Andalucía.

Pero Iglesias ha hecho algo más. Ha elegido a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, para que le sustituya como vicepresidenta en el Ejecutivo Sánchez y sea el cartel electoral de Podemos en los próximos comicios generales. Ello pese a que no está inscrita en la formación morada y a que su único carné es el del Partido Comunista. Ni siquiera el de IU.

Parece difícil que Podemos pueda emular la bicefalia del PNV

Es decir que lo que se ha vendido como un audaz paso a un lado de Iglesias puede ser en realidad el principio de su final político. Y es que con su carácter y el de Díaz, un sonriente puño de hierro en guante de seda, parece difícil que Unidas Podemos pudiera emular la bicefalia del PNV. Hoy sí, modelo de éxito con Ortuzar y Urkullu, pero que no siempre fue así. Recuerden la escisión que lideró Garaikoetxea o las tensiones de Ibarretxe con el EBB.

Iglesias puede ser el próximo cadáver exquisito de nuestra política. Y por parecidas razones a las que marcaron el final de Rivera. Éste incumplió el papel de bisagra que se encomendó a Cs al rechazar el pacto con el PSOE que le ofreció Pedro Sánchez, que le hubiera convertido en vicepresidente. Luego llegó el descalabro electoral y su final.

Iglesias ha traicionado el compromiso fundacional de Podemos al purgar a buena parte de los dirigentes que le acompañaron en el arranque e ir a un pacto con el PCE (IU). En política dos y dos casi nunca son cuatro. Esta vez tampoco. Y cientos de miles de antiguos votantes podemitas han ido abandonando a la formación morada.

PSOE y PP deben estar acariciando la vuelta a los años del turno. Y es que un Podemos con marchamo pecero puede convertir a la izquierda de la izquierda en una opción menor, como lo fueron el PCE y luego IU. El PP lo tiene más complicado. Debe frenar y luego desarbolar a Vox. Y ni Casado es Ayuso ni España, Madrid.

¡Ah! El próximo cadáver político ya tiene nombre: la expresidenta socialista andaluza Susana Díaz. Pedro Sánchez prepara la guillotina contra la adversaria que le colocó el viejo aparato felipista para acabar con su carrera, y a la que derrotó. Suma y sigue.