Gabriel Albiac-El Debate
  • Hasta su turbio antisemitismo es un acto escénico: una eficiente operación de marketing. Lo único que no miente en Sánchez es que Sánchez ama a Sánchez

«La conducta del hombre es un mundo de horror». Me vuelve a la memoria el verso de Auden en estos días tan extraños. Una atroz guerra –ya sé que «guerra atroz» es pleonasmo, pero la atrocidad nos hiere sólo en tiempo presente, lo demás es historia, páginas inalterables en los libros–, una atroz guerra, pues, puede estar en el umbral de cerrarse. Y, en el caso de que todo se ajuste a lo previsto, el más homicida de los grupos terroristas en activo rendiría sus armas a cambio de no ser aniquilado.

Tan raro se ha vuelto atisbar un resquicio de vida soportable en el Cercano Oriente, que el sólo vislumbre de una Gaza sin Hamás y de un retorno de los últimos secuestrados aún vivos a Israel, debiera ser acogido, al menos, con alivio. Puede que incluso con esperanza, para aquellos que aun tengan ánimo para eso. Doscientos cincuenta asesinos yihadistas saldrán de las cárceles israelíes. Es el precio. No hay paz que no se pague en amargura.

A cambio, el punto 9 del documento explicita literalmente que «Gaza será gobernada por un comité palestino tecnocrático y apolítico, responsable de la gestión diaria de los servicios públicos y municipalidades para la población de Gaza. Este comité estará integrado por palestinos calificados y expertos internacionales, bajo la supervisión de un nuevo organismo internacional de transición, la Junta de la Paz, presidida por el mandatario Donald Trump, y cuyos miembros y jefes de Estado se anunciarán próximamente, incluido el ex primer ministro británico Tony Blair. Este organismo establecerá el marco y gestionará la financiación para la reurbanización de Gaza hasta que la Autoridad Palestina complete su programa de reformas».

Gaza emprenderá, en suma, el camino de una normalidad que era inimaginable bajo el régimen de terrorismo teocrático que llevó a su población a la matanza por mandato de una divinidad sedienta de sangre judía. Hamás desaparecerá de la franja como fuerza política o armada. En contrapartida, «Israel no ocupará ni se anexionará Gaza» (punto 16).

Era impensable, hasta hace unos meses, llegar a acuerdo de horizonte tan amplio. Al cabo de dos años de guerra, Irán ha visto aniquiladas sus tropas en el sur del Líbano. Y destruido su proyecto de fabricar armas nucleares. Hamás ha perdido con ello a su principal soporte. Y los países del Golfo se han librado de su más temido enemigo. El plan de paz puede, esta vez, tener éxito sobre una áspera premisa: Hamás se ha quedado solo; sin financiación y sin armas. La alternativa no es eludible: o firmar el acuerdo o asumir la completa aniquilación que es ya el último horizonte de sus milicianos.

Es difícil entender que, en el momento mismo en el que una paz estable es posible en Gaza, y por extensión en Israel y Cisjordania, se produzca en España esta asombrosa exaltación de los asesinos del 7 de octubre. Dolerse de la derrota de Hamás es algo tan obsceno que cuesta dar con las palabras justas para entenderlo. Sólo la ignorancia completa de cuáles son las reglas que rigen la vida cotidiana en una teocracia islamista, como lo es la implantada en la franja, puede explicar la exaltación ciega de jóvenes, quizá bienintencionados, en apoyo de un movimiento para el cual ellos mismos no son más que despojos decadentes de una incredulidad abocada al degüello.

La ignorancia puede ser una excusa a ciertas edades. No lo es para un Gobierno. Un gobernante no enarbola el antisemitismo más tosco por simple ingenuidad o por capricho. Cuando Pedro Sánchez proclama su orgullo y su apoyo a las acciones contra Israel y a favor de los asesinos del 7 de octubre, no estamos simplemente ante un sujeto moralmente abominable. Estamos ante un político. Eficiente. Que ha detectado con precisión dónde comprar la bolsa de votos que permita a él y a su próspera familia blindarse en la Moncloa. A eso se reduce todo: que no decaiga el negocio. De los Sánchez-Gómez. Hasta su turbio antisemitismo es un acto escénico: una eficiente operación de marketing. Lo único que no miente en Sánchez es que Sánchez ama a Sánchez. Cadáveres por votos. Así de horrible.