José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 8/5/12
En Euskadi se piensa de Patxi López lo contrario que en el resto de España. En el País Vasco, el lehendakari es considerado como un político gris, sin trayectoria sólida y que no ha aprovechado la oportunidad de alzarse con la condición de primer lehendakari socialista en la historia de la autonomía vasca. En el resto de España, el vizcaíno resulta ser un prometedor político que, incluso, podría encabezar el PSOE en un futuro sinPérez Rubalcaba. La realidad está más cerca de lo que piensan los vascos. Varias pruebas lo avalan.
De las musas, pasemos al teatro: la elecciones municipales y forales de apenas hace un año, el 22-M. Los socialistas no obtuvieron la primacía en ninguno de los tres territorios forales. El PNV se hizo con Vizcaya; Bildu con Guipúzcoa y el PP con Álava. De tal manera que la frase de Rubalcabapronunciada en San Sebastián el pasado mes de octubre en referencia a ETA y a su partido (“Ya les hemos quitado las bombas; ahora a quitarles los votos”) resultaba un muy obvio voluntarismo. En ningún momento el PSE en el Gobierno vasco -gracias al pacto de abril de 2009 con el PP dirigido porAntonio Basagoiti- ha sabido (ni podido) rentabilizar su estancia en Ajuria Enea. Más aún: a medida que pasaban los meses ha ido empeorando su percepción social y sus posibilidades electorales.
¿Por qué se han producido así los acontecimientos? Por varias razones. La primera -que suele escapar a los análisis convencionales de la situación vasca- ha consistido en la ineptitud socialista para lamicropolítica en el País Vasco. La misión del PSE -en función del pacto suscrito con el PP- implicaba en primera instancia rescatar a la sociedad vasca del sistema regimental impuesto por el PNV a través de las diputaciones, ayuntamientos, consorcios, empresas públicas y organismos autónomos. El humus vasco, sin embargo, no ha sido alterado cuando hoy se cumplen tres años de mandato de López. Los nacionalistas se han replegado a sus cuarteles de invierno, pero no han dejado de manejar la urdimbre de complicidades socio-económicas ante las que López ni siquiera se ha enterado.
La cesación de la violencia terrorista por parte de ETA en octubre del pasado año -sin desarme y, mucho menos, disolución- nada tiene que ver con la práctica coalición entre el PSE y el PP. Es cierto que el gobierno de López se mostró inicialmente enérgico contra el terrorismo callejero y la exaltación de los criminales en las calles vascas, y también lo es que profesionalizó la Policía Autónoma. Pero a partir de la tregua etarra hace seis meses blandeó de manera alarmante. Participó oficiosamente en la Conferencia de Paz de San Sebastián -ahí estuvieron los inevitables Odón Elorza y Jesús Eguiguren- que consistió en un aquelarre para narrar con épica la inicial derrota de los terroristas; ha dado pábulo a la intitulada Comisión Internacional de Verificación del cese de la violencia terrorista politizando un problema policial y autorizando así la naturaleza de ‘conflicto’ bilateral con que los etarras quieren connotar más de cuarenta años de crímenes; el mismo López ha instado la legalización de Sortu –aún pendiente- y celebró ruidosamente la de las listas de Bildu y, para que nada faltase, ha apelado al Gobierno para que altere su política penitenciaria a cambio de nada (¿se ha enterado Fernández Díez que su plan integral de reinserción constituye una incoherencia manifiesta y error táctico y estratégico terrible?). Por alguna razón, uno de los intelectuales más lúcidos que ha abordado el asunto del terrorismo, Aurelio Arteta, acaba de declarar que “la sociedad vasca no ha derrotado a ETA, sino que la mitad al menos ha asumido los presupuestos y objetivos de ETA y la otra mitad de la sociedad esta desarmada de ideas al respirar tópicos endebles” (El Cultural de El Mundo del pasado 27 de abril).
El electorado del PP en el País Vasco -tanto el fiel como el potencial- no terminaba de entender por qué Basagoiti y el propio Rajoy mantenían este pacto que sostenía a un ineficiente socialismo vasco. Encontraron la razón al principio de la legislatura, en 2009, porque entonces era urgente mandar al PNV a la oposición después del desatino del secesionista plan Ibarretxe, pero la progresión acomplejada del PSE ante los fenómenos nacionalistas diluyó este objetivo. Ha tenido que gallear imprudentemente el lehendakari López contra las medidas de austeridad en sanidad y educación del Gobierno central, para que el PP vasco haya pronunciado un ¡basta ya! tardío. Los conservadores debieron romper el acuerdo con los socialistas cuando observaron las impotencias del lehendakari con el ala pro-nacionalistadel PSE, su inocuidad ante el manejo social y económico del PNV y su fracaso en las elecciones forales y municipales del pasado año. Datos había de que el pacto estaba recebando un espejismo llamado López que, por si fuera poco, se convertía en el 38º Congreso del PSOE celebrado en febrero en Sevilla en el hombre fuerte de Rubalcaba compatibilizando increíblemente la presidencia del Gobierno vasco con una secretaría ejecutiva en la dirección socialista.
Sería deseable que Basagoti no se haya sobreseído en demasía en la ruptura. Porque muchos de esos errores de López se han perpetrado en solidaridad con el PP y de ahí que las listas populares en unas eventuales elecciones adelantadas a octubre -López tratará de resistir-puedan registrar más castigo del que piensa la dirección del PP vasco. En todo caso, y frente a quienes hablan del agotamiento natural del pacto, hay que afirmar que la previsión de ruptura estaba planificada para bastante más adelante y no antes del próximo mes de noviembre o diciembre porque el PSE estaba convencido de poder elaborar los presupuestos para 2013. No será así y comenzará en Euskadi un nuevo ciclo con el regreso del PNV y de la izquierda proetarra. Está por ver si el burgués nacionalismo vasco se ha asustado ya lo suficiente ante las fechorías de Bildu en Guipúzcoa como para volver la mirada hacia el PP. Ya se sabe que este Euskadi Buru Batzar que dirige Iñigo Urkullu parece más pragmático y menos agreste que el de Arzalluz, aunque ambos sigan teniendo como santo y seña a Sabino Arana. Pero no por evitar a los discípulos del fundador del nacionalismo vasco puede seguir manteniéndose un espejismo como el que constituye Patxi López que, a la hora de la verdad, no se está comportando políticamente de manera demasiado distinta a como lo harían los peneuvistas.
José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 8/5/12