Café para todos y, en vez de copa y puro, secesión

EL CONFIDENCIAL 08/04/14
JOSÉ ZORRILLA

Asistí el pasado jueves 27 a la presentación del libro La secesión de España, celebrada en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Presidía don Benigno Pendás; a su derecha se acomodaban don Francisco Rubio Llorente y don José Álvarez Junco. A su izquierda, dos de los autores, y a la vez amigos, José María Ruiz Soroa, este de la infancia, y Joseba Arregi, a cuyo magisterio tanto debo.

Esperaba algo fuera de lo común; y lo obtuve. Sin embargo, no puedo decir que el regalo fuese del cero hacia la derecha, sino del cero hacia la izquierda con signo infinito. El libro es una serie de estudios, todos ellos obra de académicos de renombre, sobre el tema vasco que sirven de orla al capítulo central, firmado por uno de nuestros constitucionalistas más brillantes: José María Ruiz Soroa. No puedo, por razones de formato y espacio, hacer un recorrido descriptivo o crítico de todo lo que su breve texto evoca. Me centraré, por ello, en lo mollar.

Dice Ruiz Soroa, tras definir correctamente la autodeterminación (derecho al buen gobierno) y la secesión (ruptura de fronteras) y citar el texto legal de la ONU que recoge el principio de la intangibilidad de las fronteras, que al hacerlo así “las aspiraciones secesionistas de una parte de la población de una parte de un Estado democrático son una cuestión interna de ese Estado”. En modo alguno. La resolución 2625 de la Asamblea General XXV no hace ese reenvío a la legislación interna, ni ninguna otra resolución tampoco. Lo que dicen todas es que las fronteras son intangibles, dejando como única posibilidad de ruptura la de que el Estado en cuestión trate a parte de su población de manera contraria a los principios y fines de la Carta de las Naciones Unidas, algo en lo que la doctrina también está de acuerdo.

La secesión sólo puede ser remedial, esto es, producirse para remediar un mal superior a la intangibilidad de las fronteras existentes, abriendo otras para cobijar dentro de ellas a los maltratados por el Estado original. En el caso de España, la protección del DIP es especialmente fuerte por afectar la secesión a un tercer Estado (lo que no sucede ni en Quebec ni en Escocia), por venir desde 1660 el acuerdo fronterizo,  por ser los vascos una minoría irredentista y por verificarse la reivindicación en el espacio UE.

Vamos ahora a analizar ahora para qué quiere Ruiz Soroa salirse del Derecho Internacional Público y acogerse al del Estado español. Cito: “La secesión democrática de una parte de un Estado sólo puede ser tal si se encauza a través de un procedimiento bilateral y negociado, un proceso en el que el resultado final no está garantizado de antemano…”.

Voy a enunciar lo mismo de manera completamente distinta y correcta: “La secesión de una parte de un Estado sólo es posible si la población de esa parte del Estado sufre un tratamiento contrario a los principios y fines de la Carta de las Naciones Unidas”. Como habrá visto el lector, Ruiz Soroa abandona la tesis remedial internacional para pasar a la procesal nacional. Romper las fronteras no es ya remedio para perseguidos bajo la advocación de la Sociedad Internacional, sino proceso legal interno sin que medie daño previo. 

Aunque esto sea gravísimo, lo peor viene después. Como, evidentemente, no hay Constitución que pueda asumir esa carga (pues, por definición, una Constitución no es un Código Bushido que regula con detalle el seppuku, sino una norma que afecta a un territorio y una población indisolubles, sin más excepción que la de San Cristóbal y Nieves, dos islas en el Caribe que rondan los 35.000 habitantes), Ruiz Soroa se propone modificarla. Pero como esa reforma es “fuerte”, y por consiguiente difícil, ofrece arreglar este escollo con un arbitrio previo a la modificación, un “supuesto procedimental previo” que llevaría por título “Ley reguladora de los trámites previos necesarios para poner en marcha la iniciativa de reforma constitucional en los supuestos que afecten a la unidad nacional”.

Aprobado este instrumento, nada impediría embarcarse en un proceso de secesión, emancipado ya de sus aristas emocionales e ideológicas. Cito al autor: “Sitúa la cuestión en unos términos acusadamente procedimentales, es decir, (…) huye deliberadamente de cualquier planteamiento esencialista o nacional-trascendente y centra más sencillamente la cuestión en torno a los requisitos o trámites que un proceso de secesión debe de reunir a lo largo de su tramitación para poder ser homologado”.

Me gustaría oír lo que los nacionalistas tienen que decir sobre el abandono de principios esencialistas. Y, sobre todo, qué razón hay para reducir a procedimiento homologable (sic) lo que ya está cubierto de manera seca por el Derecho positivo internacional como principio básico vinculante (ius cogens) de las Relaciones Internacionales. 

Y aún falta la guinda del pastel. Cito: “Cualquier Asamblea legislativa de una Comunidad Autónoma podría dirigirse al Gobierno de la nación notificándole la voluntad de un proceso previo de verificación de la posibilidad de secesión para su Comunidad”. Bakuninismo a estas alturas del siglo sin más variación que cambiar el municipio por la autonomía.

No hemos aprendido del café para todos

Por lo visto no hemos aprendido del café para todos. Ahora tenemos que añadir al acervo el proceso de secesión. El debate fue muy corto y apenas me quedó tiempo para calificar todo el empeño de “aberratio máxima”. Ya en los pasillos, uno de los autores me dijo que podía entender mi indignación. “La que hubiese tenido mi padre, por ejemplo», modo nada sutil de llamarme franquista. El error era doble. Ni yo tuve nada de franquista (él debería de saberlo) ni estaba indignado. Estaba (y sigo estando), eso sí, desesperado.

Intentan los autores del libro alcanzar una meta imposible. El espacio político del nacionalismo vasco es su indefinición. Viven en la niebla como el escarabajo pelotero vive en la basura, y de la basura. Pese a ser imposible, este empeño constitucionalista tiene graves efectos, pues parece que somos nosotros los que estamos en falta por no darles un Estado cuando son ellos los que no saben dotarse de una Nación. Ese es el verdadero motivo de su bulla.

Lo que hay bajo sus votos puede ser una comunión de los santos (Arana); una comunidad étnica (Volksgemeinschaft y Krutwig); un pueblo trabajador vasco (ETA) o una tribu. Pero sobre esos constructos no hay Estado posible, todo lo más un enclave o una reserva indígena. Los Estados, para formarse, exigen naciones liberales, algo que les está por definición negado a nuestros etnicistas. Pero la nación liberal, a su vez, no excluye firmeza con los separatistas. Que se lo pregunten a Abraham Lincoln. Esto de la reserva india explica también las sucesivas montoneras, que no revoluciones nacionales, del abertzalismo vasco. 1833, 1870, Santoña en 1937, 1968 (ETA) y Estella en 1998.

Lo de la reserva aborigen no es original. Ya lo defendió J. M. Salaverría, el biógrafo de Iparraguirre*. Cito: “Cierto día, y viendo el desarrollo que en el País Vasco, y particularmente en Guipúzcoa, adquiere el urbanismo, pensaba que también aquí sería oportuna la introducción del sistema de los Parques Nacionales (…) con el fin de mantener aislado y exento de contaminación (…) un grupo algo nutrido de verdaderos ejemplares de esta raza vascongada, original y bella cómo pocas (…) reservar, alambrar, convertir en dominio aparte o en parque nacional a todo el País Vasco, sería excesiva pretensión (…) bastaría reservar o acotar un territorio de algunos kilómetros cuadrados de superficie y meter en él cinco o diez mil ejemplares escogidos para que en él vivieran de sus recursos, según sus necesidades antropológicas y exentos de toda contaminación y mestizaje”.

En eso llevan el PNV y ETA cincuenta años. Nosotros, entretanto, defendemos meter en la vida nacional un instrumento simple al alcance de cualquier autonomía con el que se pueda romper la integridad del Estado que, junto con Francia y Portugal, inaugura el Estado europeo 1.000 años después de la caída del Imperio Romano de Occidente. Raro país que da ahora a una simple autonomía lo que negó a su Rey legítimo el 2 de Mayo de 1808 por la vía de una sublevación nada autonómica, por cierto.

Por decirlo todo, en aquella noche aciaga eché también de menos algo de forward thinking. Europa, por ejemplo. Una petición de unidad continental completa, ciudadanía única incluida, en donde todos esos desvaríos étnicos, hijos de la anomia y, en definitiva, del atraso político de España, quedasen anegados sin remedio. Pero ¿cómo lo iban a hacer? Hace días se manifestaron en Bilbao los abogados. No exigían poder ejercer en toda Europa. Decían que poder hacerlo en toda España sería el fin del turno de oficio. Hemos vuelto a la Alemania anterior al Zollverein. Y todo esto por obra de talentos finísimos, amigos por añadidura, y algunos de ellos con años de guardaespaldas en su haber.

Fue una noche terrible; lo sigue siendo.