Francisco Rosell – Vozpópuli
  • Ya se apresta a provocar grandes remolinos y corrientes violentas que agiten la convivencia para salir de un atolladero que se enreda con la causa de Ábalos

Cuando el Gobierno logró suspender el miércoles 30 de octubre la sesión de control parlamentaria amparándose en la desdicha de la gota fría que asoló el Levante y el sureste español sin que ello fuera óbice para repartirse con sus sosias Frankenstein la RTVE y despejar el camino de los Presupuestos, amén de sacar adelante una moción de censura que arrebató al PP la Alcaldía de Requena, era evidente que la izquierda, así como el separatismo pancatalanista, no estaba dispuesta a achicar el agua de la DANA, como musitó Aina Vidal, portavoz adjunta de Sumar. Al contrario, la ocasión la pintaban calva, entre la corrupción socialista y la descomposición neocomunista a causa de «errejones» y otras malformaciones, para coger la pancarta, tomar la calle, anegar el sistema y proseguir el golpe en marcha desde el poder -como en la Cataluña de 2017- contra la legalidad constitucional española.

Para ello, basta observar las proclamas de las manifestaciones de este sábado favorecidas por Sánchez y sus aliados donde, junto a la incriminación de Mazón, se hacían alegatos diáfanamente comunistas y contra la Monarquía bajo el burdo sofisma de que, “si el pueblo salva al pueblo, para qué sirve un Rey”. A la par, Valencia amanecía con pintadas de “Sólo Pedro salva al pueblo” en la que es reconocible tanto la mano Aleix Sanmartín, asesor sanchista curtido en esas lides, como que quien la sufraga es aquel que quedó en Paiporta, kilómetro cero de la Dana, como Cagancho en Almagro. Frente a las botas llenas de barro de quienes tratan de rehacer la vida allí donde agoniza, las pancartas de fango de los pescadores de ríos revueltos.

Como era previsible, cuando el PSOE pidió al conjunto de fuerzas parlamentarias un paréntesis de cinco días sin declaraciones políticas por mor de la DANA, se trataba de una tregua-trampa para que Sánchez se sacudiera sus responsabilidades y las volcara en Mazón, quien cayó como un primo en el trile. Así, cuando el jueves 31, tras los reproches de esa mañana de su jefe de filas Feijóo a Sánchez por no disponer la “emergencia nacional” en una devastación que la Generalitat estaba gestionando con información suministrada por el Gobierno, el presidente de la Generalitat adoptó una actitud obsequiosa (quizá para tapar sus negligencias) con Sánchez al comparecer juntos en el Centro de Coordinación Operativo Integrado (CECOPI) valenciano: “Muchas gracias, querido presidente, por tu rápida presencia y por tu cercanía”. Con el cebo mordido, Sánchez acomete una ofensiva -con todo el aparato del Estado- como la de 2002 contra el PP por el siniestro del petrolero Prestige en costas gallegas. Tan eficaz fue aquella que, a ojos de la opinión pública, cursó como si Aznar y Fraga hubieran sido quienes echaron a pique aquella chatarra flotante con su tóxica mercancía.

Tras ocultar los féretros de los más de 100.000 muertos del Covid, resolvieron que era de mal gusto cualquier alusión a la pandemia en la última medianoche de 2020 a fin de que no fueran uvas de la ira como con el Prestige

De esta guisa, el capitán Mangouras habría sido una víctima de los elementos y usado como cabeza de turco. Es más, tras sentenciarlo el Tribunal Supremo a dos años de cárcel por maniobrar “temerariamente y a sabiendas de que probablemente se causarían tales daños”, la plataforma de las movilizaciones aún argüía que nunca debió ingresar en prisión. Poco faltó para que “Nunca máis” estampara camisetas con la foto de Mangouras como luego se hizo con Fernando Simón, director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, pese a su contumacia en la mentira con el Covid.

A esas chocantes percepciones de la realidad coadyuvaron -como hoy- cadenas televisivas que retransmitieron las campanadas de la Nochevieja envueltas en chapapote, de igual forma que, tras ocultar los féretros de los más de 100.000 muertos del Covid, resolvieron que era de mal gusto cualquier alusión a la pandemia en la última medianoche de 2020 a fin de que no fueran uvas de la ira como con el Prestige. A cambio de gobierno, mudanza de trato informativo.

El frenesí socialista fue tal que el diputado madrileño Antonio Miguel Carmona presumió de que, si al PSOE no le alcanzaban los votos para La Moncloa, “ya hundimos otro Prestige”. No lo habría, pero si una calamidad más terrible -la masacre islamista del 11-M de 2004- para que arribara un “presidente por accidente” como Zapatero que emprendería la destrucción del orden constitucional y de la Nación.

En Viajes por Europa, África y América, el escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento, luego presidente de su país en el sexenio 1868-1874, acuñó una frase que Perón haría suya: “Del ridículo no se vuelve”. Transcurridas dos semanas de la espantá de Sánchez de Paiporta, de donde salió escopeteado como Cagancho en Almagro, dejando que los Reyes y Mazón apechugaran con la indignación de un pueblo desamparado ante las secuelas de la gota fría, es difícil calibrar si éste volverá de donde Sarmiento fijó el punto de no retorno, si bien hace tiempo que el populismo arrolló esa barrera de contención como la riada valenciana derrumbó todos los diques el 29 de octubre.

Con esa hoja de deserciones, de haberle cogido en el banco azul el asalto de Tejero al Congreso, Sánchez no habría tenido la entereza de Suárez rubricando el “pacto del capó” con los militares alzados dado su reciente “pacto del maletero” con el prófugo Puigdemont para seguir en La Moncloa

Capaz de lo mejor y de lo peor, oscilando entre el sublime Cagancho de las Ventas y el grotesco de Almagro, el diestro gitano de los ojos verdes embarró con aquella aciaga tarde agosteña de 1927 su vitola de figura de postín y engrosó el cruel refranero. Tras agotar los avisos de rigor y matar alevosamente desde la barrera los morlacos, la muchedumbre se echó a la arena irrumpiendo la Guardia Civil para que no lo mataran de rabia y se lo llevaran “a pedacitos como prenda de una tarde”.

No sería aquella la primera (ni la última) amilanada del maestro sevillano como tampoco de Sánchez. En el verano de 2021, echó a correr de su asiento en un acto en una base lituana. Al advertirle de que unos aviones sin identificar surcaban el aire, dejó sólo en el atril al impávido jefe del Gobierno anfitrión. Luego vino su retirada estratégica jugando con su dimisión por amor -dijo- a su mujer tras imputarla el juez Peinado. Con esa hoja de deserciones, de haberle cogido en el banco azul el asalto de Tejero al Congreso, Sánchez no habría tenido la entereza de Suárez rubricando el “pacto del capó” con los militares alzados dado su reciente “pacto del maletero” con el prófugo Puigdemont para seguir en La Moncloa.

Si, tras armar la de Dios es Cristo en Almagro, Cagancho debió pensar aquello que Curro Romero verbalizó en tardes de albero sembrado de almohadillas y escolta de uniformes verdes: “Mejor irritar al público que cansarlo”, no cabe duda de que Sánchez ha irritado y cansado a la vez a la ciudanía tras su tiberio valenciano. No es para menos con su indigna dejación del deber y su altanero recochineo: “Si necesitan algo, que lo pidan”. Tal displicencia evoca a María Antonieta de Austria durante la “Guerra de las Harinas” en la Francia de 1775. Al preguntar a sus damas de compañía qué clamaba el pueblo y responderle éstas que carecían de pan, soltó “qu’ils mangent de la brioche”, mal traducido como “que coman pasteles”. Aunque no hay fehaciencia de que la consorte de Luis XVI pronunciara tal impudicia, Sánchez sí que lo ha hecho con un despotismo (nada ilustrado) que, enfermo de narcisismo, empeoró con su “yo estoy bien, yo estoy bien” en rueda de prensa sin que nadie le inquiriera.

Tras presentarse como víctima de una confabulación ultraderechista que se ha revelado otra patraña más de “Noverdad” Sánchez, el autócrata desembarcó en Valencia a un cuerpo de elite de la Guardia Civil para que esclareciera la agresión a un coche de la caravana presidencial recabando medios aéreos que debieron usarse en la riada

Embobado con su ombligo, Sánchez humilló a quienes debían ser objeto de sus preocupaciones tras desplomarse sobre sus cabezas un inclemente cielo. Para remate, tras presentarse como víctima de una confabulación ultraderechista que se ha revelado otra patraña más de “Noverdad” Sánchez, el autócrata desembarcó en Valencia a un cuerpo de elite de la Guardia Civil para que esclareciera la agresión a un coche de la caravana presidencial recabando medios aéreos que debieron usarse en la riada, no en provecho de quien creyérase Luis XIV y su “L’État, cést moi”.

Como su prioridad es su supervivencia política para defenderse desde ese lugar de privilegio de la corrupción familiar y de partido, con él como vértice, Sánchez activa la máquina del fango de La Moncloa para victimizarse como un “ecce homo” y eludir sus deberes legales. Si hay momentos en que “somos todo lo que hemos sido y todo lo que seremos”, como sentenció Oscar Wilde, Sánchez asiste a ello tras su visita a Paiporta arrastrando los pies tras Felipe VI. Lejos de contender con este desastre nacional que, de suceder fuera de España -como el terremoto que derruyó Marruecos-, hubiera movido a su rauda intervención, Sánchez atisbó en la desgracia de Valencia un medio para destrozar a Mazón y reconquistar un territorio del PP sin importarle que sea a costa de más de un doble centenar de muertos y del “modus vivendi” de una región hacendosa. Ya tiene oficio al respecto con su perdularia gestión del Covid. Así, ignoró su irrupción propagando su letalidad al supeditar cualquier medida a la efeméride feminista del 8-M para luego fijar el confinamiento más largo de Europa con un estado de alarma en el que se arrogó atributos cesáreos y escurrir posteriormente el bulto para que se las aviaran las autonomías. Dictó una “cogobernanza” que derivó en “desgobernanza” quien no está para gobernar, sino para mandar y, si acaso, echar una mano con la Unión Militar de Emergencias (UME) que igual está para sofocar fuegos o mitigar inundaciones, pero no es suficiente para infortunios como el valenciano.

Si el Gobierno controla el sistema de detección climatológica por medio de la Agencia Estatal de Meteorología y el caudal de los ríos a través de la Confederación Hidrográfica del Júcar, sujetos a la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, desaparecida desde el fatídico martes al andar pendiente del examen que tiene que pasar mañana para ser vicepresidenta ejecutiva de la Comisión Europea, ¿cómo puede desentenderse un Gobierno obligado a decretar el estado de emergencia en grado tres para afrontar una DANA tan grave y que involucraba a autonomías del Levante y del Sureste? En este brete, reverdece esta acotación de Azorín: “¿Y en las manos de todos estos hombres está el porvenir de España? ¿Y éstos son los hombres que monopolizan el poder mientras España se desquicia, se hunde?”

Un novato Felipe González envió “ipso facto” 10.000 militares sin que nadie se lo pidiera, pues era su deber. No se anduvo con requiebros ni se hizo de rogar como el Ufano de la Moncloa. Como tampoco Felipe VI al enviar a parte de la Guardia Real sin que Mazón se lo solicitara

Siendo palmarios los errores de Mazón, hay que subrayar que no hay autonomía con medios suficientes para catástrofes de tal magnitud cuando, además, se carece incluso de policía autonómica. Pese a disponer de ella el País Vasco en la gota fría de 1983, un novato Felipe González envió “ipso facto” 10.000 militares sin que nadie se lo pidiera, pues era su deber. No se anduvo con requiebros ni se hizo de rogar como el Ufano de la Moncloa. Como tampoco Felipe VI al enviar a parte de la Guardia Real sin que Mazón lo solicitara. La doble iniciativa de don Felipe de ordenar a los guardias reales enfundarse en traje de faena para socorrer a los damnificados y de recorrer, junto a la Reina, el epicentro de la necesidad y de la indignación patentiza una cuestión nuclear que se olvida interesadamente.

En una Monarquía parlamentaria, el Rey no gobierna, en contra de lo que se empeña en no querer entender cierta derecha, pero sí reina, pese a cierta izquierda que quiere reducirlo a ser un cero a su izquierda valga la redundancia. Como cabeza de la Nación, a Felipe VI le compete el papel constitucional de advertir sobre los males que acechan a España y urgir su solución, así como no permanecer impasible ante el dolor de su pueblo por incomodidades que arrostre y en coherencia con su “no estáis solos” tras el golpe separatista del 2017 que debiera figurar en el pendón de la Divisa del monarca. No salió pitando -como tampoco su padre el 23-F de 1981 o en su agitado viaje de unas fechas antes a la Casa de Juntas de Guernica interrumpida por energúmenos etarras- como hace Sánchez cada vez que el espejo de la calle, fuera de la burbuja de quienes le deben la soldada, no le devuelve el alto concepto que tiene de sí mismo quien está obsesionado por cómo pasará a Historia. Así se lo espetó a su fugaz ministro de Cultura, Màxim Huerta, cuando acudió a presentarle su dimisión por una irregularidad fiscal.

«Es nuestro momento»

De todos modos, de la misma manera que el refranero aconseja encomendarse a Dios para librarse de las aguas mansas, pues de las bravas mejor librarse cada uno como fatalmente han sufrido los valencianos, con Sánchez toda cautela es poca. Sumido en la depresión y en el desánimo, según los sexadores monclovitas, ese río calmo que ha aparentado ser estos días, tras una tocata/fuga que le ha merecido relevancia mundial, ya se apresta a provocar grandes remolinos y corrientes violentas que agiten la convivencia para salir de un atolladero que se enreda con el encausamiento de quien fue su mano derecha y clave en su moción de censura contra Rajoy, José Luis Ábalos, por pertenencia a organización criminal, tráfico de influencias y cohecho.

A este fin, “Cagancho” Sánchez busca su momento como reveló esa foto publicada por error en la que se veían las notas de la ministra de Igualdad, Ana Redondo, trasparentando la estrategia gubernamental. En la imagen, borrada al momento de las redes oficiales, Redondo instruye a su equipo bajo la consigna de que la tragedia de la DANA “es nuestro momento” y que “no hay que tener ansiedad”, ya que “tenemos un plan”. Fue el que empezó a dar cara este sábado con la movilización del Ejército de Salvación de Sánchez y el auxilio del equipo de opinión sincronizada. Como resalta el filósofo alemán Hermann Keyserling, “ninguna prueba, ninguna rectificación ni desmentido puede anular el efecto de una publicidad bien hecha”. A ello se encomienda Sánchez para regresar del ridículo de Paiporta y de su ominosa gestión criminal.