Mikel Buesa-La Razón
- La política del perdón a los terroristas, un asunto éste que debe preocuparnos en España a la vista de la gestión penitenciaria del gobierno vasco con los presos de ETA
El eminente periodista italiano Mario Calabresi –cuyo padre fue asesinado por tres terroristas de Lotta Continua en 1972– ha publicado un extraordinario libro sobre las víctimas del terrorismo. «Salir de la noche» es un texto conmovedor en el que transmite, a partir de su experiencia y la de otros, el dolor y la esperanza de quienes sufrieron en Italia los zarpazos de los años del plomo, cuando desde las extremas izquierda y derecha se recurrió a una violencia atroz para tratar de dirimir en su favor –sin éxito, hay que señalarlo– el curso de los acontecimientos políticos.
No entraré en los detalles de este texto, pues le dejo al lector la tarea de descubrirlos, pero sí me entretendré en destacar el pensamiento de Calabresi con respecto a la política del perdón a los terroristas, un asunto éste que debe preocuparnos en España a la vista de la gestión penitenciaria del gobierno vasco con los presos de ETA. Su postura, que comparto, es nítida: «no considero que las instituciones deban pedir permiso a las víctimas para legislar, para decidir si conceder un indulto, una libertad provisional o vigilada». Son asuntos, dice, en los que ha de ponderarse el interés general, pero advierte que es necesario «que se respeten las sentencias, porque un indulto que se asemeje a una nueva revisión del juicio, a una absolución, que pudiera interpretarse o presentarse como una compensación, sería inaceptable». Lamentablemente, de esto tenemos una dilatada experiencia en España, más en los últimos tiempos en los que la política del perdón se ha activado para, lejos del interés general, asegurar una endeble mayoría parlamentaria.
Calabresi aclara que, tras su postura, no hay deseo de venganza, pues «el encarcelamiento de los condenados nunca nos ha devuelto nada, nunca ha sido un consuelo». Expresa también su deseo que, cumplida su pena, «los terroristas rehagan sus vidas», lo que no obsta para que espere de ellos «el silencio […] para no reabrir continuamente las heridas» –algo que, por cierto, deliberadamente se ha omitido entre nosotros cuando decenas de etarras forman parte de las listas electorales–. E indica para justificarlo que «lo cierto es que los condenados a cadena perpetua hemos sido nosotros». Lean su libro.