Editorial, LA VANGUARDIA, 20/12/11
SI Mariano Rajoy pretendía con su intervención en la sesión de investidura celebrada ayer en el Congreso de los Diputados comunicar a la sociedad española que la fiesta se había acabado y que ahora llegaba una etapa de recortes –16.500 millones en el conjunto de las administraciones públicas– y reformas –anunció hasta doce en los primeros tres meses del año; por ejemplo, una nueva legislación del mercado del trabajo, un calendario laboral que acabe con los puentes, una ley educativa que establezca tres años de bachillerato, una reestructuración de la función pública para evitar duplicidades en las administraciones y la congelación de empleo público–, y que, además, iba a hacer todo ello actualizando la pensiones el próximo 1 de enero y manteniendo la edad de jubilación en 67 años, el futuro presidente del Gobierno no sólo superará hoy la votación parlamentaria, sino que ha arrancado con fuerza la legislatura. Un debate de investidura no es otra cosa que definir las líneas de actuación del gobierno en los próximos cuatro años, por más que, lógicamente, la oposición trate siempre de presentar cualquier intervención de un aspirante como demasiado inconcreta. Rajoy lo sabía antes de subir al atril y quizás por eso ofreció más diálogo que pactos, sabedor de que aquellos con los que puede alcanzar acuerdos a lo largo de la legislatura, CiU y PNV, estarán hoy más cerca del no que de la abstención. En definitiva, Rajoy ha comenzado con un discurso reformista y muy bien trabado y la fuerza de sus
186 diputados y casi once millones de votos el pasado 20 de noviembre, cifra suficiente para gobernar, pero no para asegurarse una mínima paz social ante unas medidas que, sin duda, serán impopulares.
Editorial, LA VANGUARDIA, 20/12/11