IGNACIO CAMACHO-ABC
- Sánchez no tiene banquillo ni en el partido ni en el Gobierno. Su capital humano carece de competencia y de talento
El PSOE fuerte que busca Sánchez se lo cargó él mismo cuando lo vació de contrapesos estructurales para convertirlo en una maquinaria de apoyo plebiscitario. Aquella laminación revanchista de hace seis años desmochó el partido de cualquier atisbo de autonomía, lo liquidó como proyecto orgánico y lo redujo a un simple mecanismo aclamatorio de su liderazgo. El último y débil vínculo con el modelo clásico desapareció tras el relevo de Ábalos, que a su manera tosca conservaba un cierto control del aparato. Desde entonces no hay nadie al mando y cuando llegan las elecciones cada candidato se busca la vida como puede en medio de una patente sensación de desamparo, a menudo rodeados de gente dedicada –como ha podido comprobar Juan Espadas– a remar en sentido contrario. Ahora que las encuestas pintan bastos el presidente pretende reparar la avería recurriendo a unos veteranos carentes de tirón y de arraigo entre los afiliados. Paracaidistas del poder lanzados sobre un páramo.
La falta de implantación territorial y organizativa es de las causas esenciales del fracaso de las aventuras de la ‘nueva política’, que lo fiaba todo al caudillaje populista. El sanchismo sí la tenía, quizá la más potente, la más capilar y desde luego la más antigua, pero la ha desmantelado hasta volverla intrascendente y sin capacidad operativa. Ahí está el resultado en Andalucía, la derrota en cientos de localidades donde la hegemonía socialista constituía la única experiencia institucional conocida. Y el encargo de restaurar la disciplina y la eficacia perdidas recae sobre una mujer –María Jesús Montero– que rehusó la oferta de relevar a Susana Díaz porque era consciente, y así lo reconocía, de su déficit en la actividad partidista. Lo suyo, lo que le gusta, es el Gobierno, el boletín oficial, la gestión ejecutiva. Salvo reconversión imprevista, no parece el perfil más idóneo para recomponer el orden y devolver la motivación a sus filas.
Sánchez no tiene banquillo. No hay fondo de armario en el partido ni en el Gobierno. El capital humano del equipo es muy escaso en competencia y talento. La remodelación del Gabinete en 2021 ha perdido su efecto, si alguna vez lo tuvo, que más bien no, en tiempo récord. El electorado no reconoce a los nuevos miembros ni su trabajo ofrece el menor síntoma de algo parecido al éxito. Patxi López ha sido rescatado de urgencia en un intento de revitalizar el inane grupo del Congreso. Los barones regionales y muchos alcaldes, reducidos a un rol de ‘monaguillos’ según García Page, sólo piensan en desmarcarse de la sombra presidencial para no verse contaminados por su patente desgaste. El cesarismo del líder impide cualquier clase de debate y entre los restos de inteligencia que quedan en la organización cunde el pánico al desastre. Los más lúcidos sienten que empieza a ser tarde para arrepentirse de haber aceptado el vasallaje.