Manuel Marín-Vozpópuli

  • «De todos los casos de corrupción abiertos, el único punto en común en el que convergen todas las líneas es Pedro Sánchez, pero él no sabía nada»

El Aberri Eguna es como el día de la marmota. Siempre idéntico. Tiene la milimétrica exactitud de La Mortaja saliendo de Bustos Tavera, con su sincronía de perfección y un racheo crepuscular bajando por la calle Amor de Dios. Escuchar al PNV un Domingo de Resurrección es evocar a la cofradía de La Mortaja en la noche sevillana del Viernes Santo, con la rigidez de sus dieciocho ciriales, la agonía envuelta en incienso, la tristeza empapada en los rostros y la tragedia al pie del sepulcro. Es probable que pocos en el PNV conozcan demasiado bien qué alimenta La Mortaja de Sevilla en el alma, pero los nacionalistas vascos que sí hayan experimentado el influjo de ese instante en sepia entenderán el símil.

La estampa de La Mortaja viene al pelo con la cita anual del Aberri Eguna. Tan tradicional, tan puntual, tan perfecta. La única diferencia es que la cofradía, de rancia, clásica y seria resulta imprescindible para comprender el sentido de las cosas, y el PNV… el PNV es un tostón. El Aberri Eguna es La Mortaja, pero sin magia. Podría decirse que acompañar una chicotá a La Mortaja pegadito a su costero es francamente más divertido que cualquier arenga de tanto ‘jeltzale’ de esos que se van sucediendo al frente del PNV y que bien podrían pasar por opositores a administrativo en un tanatorio.

El régimen avanza entre silencios cómplices y entre cooperadores necesarios de una degradación institucional que homenajea a corruptos porque son de los nuestros, ensalza a golpistas porque los necesitamos, excarcela a terroristas porque creemos que es necesario, y blanquea a agresores sexuales porque no sabemos legislar

Ahora le toca a Aitor Esteban. Fue ‘Aitor el del tractor’ para Mariano Rajoy, y es ‘Aitor el benefactor’ para Pedro Sánchez. Su discurso ayer en el Aberri Eguna debió ser redactado con papel de calco, de aquellos negros que ensuciaban los dedos y se superponían entre los folios en el rodillo de una máquina de escribir. Lo mismo daba escuchar ayer a Arzalluz, a Ibarretxe o a Ortúzar que hacerlo hoy con Esteban o con cualquier triste del Euzkadi Buru Batzar. El Aberri Eguna es otra fotografía en sepia, con su densidad arcaica, su coñazo de argumentario caduco y su tradición de sotana rural. El día de la marmota, sí.

Aitor Esteban se estrenaba como jefe de todo con una pose entre populista forzado, que no le pega nada, y estadista fingido, que tampoco. Mientras no se pierda la compostura abúlica y grave del peneuvista severo de toda la vida, todo irá bien. De nuevo el PNV habló y habló. Que si el autogobierno, que si Guernica, que si la realidad nacional vasca, que si las competencias y el dinero, que si la tradición, que si Bildu aprieta, que si el dinero otra vez… El PNV de toda la vida, reclamando lo mismo, chantajeando lo mismo, ensalzando lo mismo.

Pero no habló de corrupción, como ningún otro socio del sanchismo lo hace. Todos están callados como puertas, lo cual, en el caso del PNV, sería un síntoma de coherencia si no fuese porque es el partido que entregó el poder a Pedro Sánchez hace siete años utilizando como coartada la corrupción del Partido Popular con un discurso explosivo, precisamente en boca de Aitor Esteban. La corrupción impedía al PNV mantener a Mariano Rajoy en La Moncloa porque en el fondo se trataba de una grandilocuente cuestión de principios, valores, regeneración, limpieza y transparencia.

La corrupción es medida con una inquietante doble vara y rige la ley del embudo. Normalizar lo anómalo y convertir en un escandalillo residual lo que en realidad es un pozo de porquería estancada se ha convertido en una costumbre siete años de sanchismo después

Hoy ya sabemos cómo se colocaba a prostitutas en empresas públicas mientras el PSOE planteaba la ilegalización de la prostitución. “Soy feminista porque soy socialista”, repetía José Luis Ábalos, otro que, como Aitor el del tractor, engolaba la voz en la tribuna del Congreso para justificar una moción de censura contra el PP porque “en democracia no puede caber la corrupción”. Pisos, chalés, comisiones, putas, mariscadas, viajes, más putas, negocios privados en La Moncloa, dinero de todos para financiarlos, enchufes, mascarillas, más putas todavía, músicos a dedo en la Diputación, cátedras gratis, traficantes de influencias… y así todo. Será delito o no, que por cierto todo empieza a tener una pinta fea para los agraciados. Pero para aquellos que ayer invocaban la cuestión moral con tanta dignidad sobreactuada, y para todos los que ahora exigen para sí la misma presunción de inocencia que negaban a los demás, los principios y los valores han dejado de ser eso, principios y valores. Y ahí están Esquerra, el PNV, Bildu, Junts, Sumar, Podemos y demás impostores de la ética pública. Silentes como si nada ocurriese en el sanchismo. Como si esto de las prostitutas y las centollas en plena reclusión pandémica, o los rescates improvisados a empresas de amigos, no fuese corrupción sistémica aderezada con cinismo político. Ahora sabemos por la Guardia Civil que llegó un momento en el que el rescate de Air Europa estaba muy jodido. “Va a llamar a Begoña”… Y ni un solo socio parlamentario pregunta a Sánchez de qué Begoña se trata, quién la iba a telefonear o para qué.

Ninguno de esos partidos ha promovido un solo debate parlamentario sobre la corrupción. Ninguno ha afeado al presidente del Gobierno su silencio, su desprecio al Congreso o su negativa a responder una sola pregunta de periodistas sencillamente porque ya nunca se somete a ellas. El régimen avanza entre silencios cómplices, entre hipócritas sin hemeroteca y entre cooperadores necesarios de una degradación institucional que homenajea a corruptos porque son de los nuestros, ensalza a golpistas porque los necesitamos, excarcela a terroristas porque creemos que es necesario, y blanquea a agresores sexuales porque no sabemos legislar.

La corrupción es medida con una inquietante doble vara y rige la ley del embudo. Normalizar lo anómalo y convertir en un escandalillo residual lo que en realidad es un pozo de porquería estancada se ha convertido en una costumbre siete años de sanchismo después. De todos los casos de corrupción abiertos, el único punto en común en el que convergen todas las líneas es Pedro Sánchez, pero él no sabía nada. Todo dentro del ecosistema del régimen es limpio y honesto, y todo fuera de él es máquina de fango y jueces corruptos. Y los socios… Pues eso, abrochados a su descarada doblez, callados como puertas, sin pedir una sola explicación y sin exigir una sola responsabilidad. De lo que no se habla, no existe. Silencio. Como en las campas del PNV preparando el siguiente estacazo a la caja común o prefabricando la ‘realidad nacional’. Como en Bustos Tavera, todos amortajados. Que los detritos de la izquierda siempre son menos detritos y conviene callarse, silbar en euskera y esperar a otro Domingo de Resurrección atornillados a los zancos del sanchismo. Porque claro, ¿quién regala tanto?