Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- Bastantes se adhieren al principio del éxito no ya de los más aptos, sino de los más despiadados
Cuando una periodista le pregunta recientemente a Donald Trump a bordo del Air Force One por su relación con Jeffrey Epstein, el presidente norteamericano le responde diciendo: “Quiet, piggy”, o sea, “Cállate, cerdita”. Y se queda tan ancho mientras los representantes de los medios allí presentes enmudecen atónitos ante este despliegue de dominio desenfadado de un momento incómodo. En la visita a Washington, estos días pasados, del príncipe heredero y hombre fuerte de Arabia Saudí, Mohammad Ben Salman, otra informadora inquiere en la rueda de prensa en el Despacho Oval sobre el asesinato y descuartizamiento del disidente Jamal Khashoggi ocurrido en 2018 en un consulado saudita en Estambul y Trump sale al quite, le pide que no moleste a su invitado, aclara que Khashoggi no gustaba a mucha gente, afirma que MBS no tuvo nada que ver en aquel crimen y remata apuntando que “hay cosas que pasan”, otra muestra de un estilo insólito de comunicación que arrolla a sus interlocutores sin miramientos ni cortesías que percibe como inútiles.
Estas anécdotas son ejemplos en el plano cotidiano y coloquial de un fenómeno geopolítico profundo que está cambiando el panorama mundial de una forma que era impensable hace tan sólo diez años. Se trata de la desaparición del llamado orden internacional liberal, prevalente a nivel global desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que está siendo aceleradamente sustituido por una nueva estructura de relación entre estados en la que el respeto, aunque fuera en ocasiones más nominal que real, a un conjunto de reglas en los terrenos comercial, diplomático y de resolución de conflictos, se ve reemplazado por la imposición del poderoso sobre el débil, la primacía sin recato de los intereses nacionales sobre los derechos humanos o la solidaridad entre países y el pragmatismo más descarnado sin escrúpulos convencionales. El Secretario de Estado de Estados Unidos, Marc Rubio, lo ha expresado, refiriéndose a este pretérito marco normativo y ético, con la contundente frase “no sólo está obsoleto, es un arma que se emplea contra nosotros”.
Desplazamiento de la opinión
Semejante y perturbadora situación, que despierta la alarma escandalizada y la protesta enérgica de las fuerzas autodenominadas “progresistas”, aunque sin duda ligada a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y a la emergencia de China como formidable poder militar, comercial y tecnológico, viene de lejos y obedece a causas de fondo que los mismos que se lamentan de este movimiento tectónico de carácter conceptual y político, han contribuido en buena medida a generar. Durante décadas, determinadas corrientes de pensamiento y formaciones parlamentarias han practicado la deconstrucción de las bases culturales, institucionales, históricas, estéticas y morales de la civilización occidental. La ideología de género, que destruye la vida de miles de adolescentes y erosiona la familia como pilar social y formativo, el dogmatismo climático, que arruina nuestra iamplias capasuestro sector primario, la educación igualitarista y permisiva, que produce oleadas de semianalfabetos, la inmigración irregular masiva, que altera la composición de nuestras sociedades y crea serios problemas de seguridad, la voracidad fiscal de sistemas de protección social y de asfixiante intervencionismo estatal que ahogan a una clase media cada vez más proletarizada, el indigenismo rencoroso, que fragmenta corrosivamente la ciudadanía de estados multiétnicos y un relativismo rampante que debilita el compromiso con la verdad sin el cual es imposible la verdadera libertad, están levantando una reacción en amplias capas de la población a ambos lados del Atlántico que se traduce en el creciente desplazamiento de la opinión hacia opciones electorales que enfrentan estos desafíos de cara y sin complejos, pero infligiendo daños colaterales no desdeñables por el camino.
Vienen tiempos duros
La era del multilateralismo constructivo ha terminado y nos encontramos en un planeta hobbesiano en el que bastantes se adhieren al principio del éxito no ya de los más aptos, sino de los más despiadados, sin correctivos evangélicos que lo atemperen. America First es un eslogan poderoso que encarna el espíritu de la época. Las inspiradas palabras de John F. Kennedy -qué extraordinarios escritores de discursos había en Camelot- “pagar cualquier precio, soportar cualquier carga, enfrentar cualquier dificultad, apoyar cualquier amigo, oponerse a cualquier enemigo, para asegurar la supervivencia y el triunfo de la libertad” suenan hoy ingenuas y anacrónicas mientras Rusia resucita el imperialismo a sangre y fuego, China maniobra en la sombra buscando la hegemonía, Europa cae en la irrelevancia y “la ciudad sobre una colina” del célebre sermón de John Winthrop en el Massachusetts de 1630 se inclina por la introversión y se desliga del destino del resto del orbe. Vienen tiempos duros y las naciones que no se sitúen a la altura de sus exigencias fracasarán y serán obligadas a bailar al son de la música de otros. Los lobos van a soplar fuerte y mientras los previsores construyen casas de ladrillo los hiperreguladores burócratas de Bruselas viven felices en su cabaña de paja. Si persisten en no enterarse del entorno que nos rodea, condenan a los europeos a la intemperie y a ser devorados sin capacidad de defendernos.