JON JUARISTI-ABC

  • Acaso la calle esté cambiando o haya cambiado del todo tras la pandemia

EN la menesterosa España de la posguerra, con un coche por cien mil habitantes, cadenas de tiernos infantes recorrían las calles cogidos de la mano. No en un sentido longitudinal, como las de los indepes por las carreteras de la Costa Brava, sino en el latitudinal, ocupando todo el ancho de las calzadas urbanas, transitadas por burros aunque sin tráfico rodado. Aquellos mocosillos y mocosillas (aún no había mocosilles), recién reseteados por la lendrera y el aceite inglés, jugábamos ‘a tapar la calle’ como soldaditos que éramos (y cantineritas niñas bonitas) de la famélica legión de la Luz de Trento, galardón del ibérico solar, y este era nuestro himno: «A tapar la calle,/ que no pase nadie:/ si pasa Jesús/ nos pondremos en cruz;/ si pasa María/ nos pondremos de rodillas;/ si pasa José,/ nos pondremos en pie».

Crecimos bajo el franquismo, como la economía nacional. En nuestro sesenta y ocho, como no nos daba para sacar a las masas en manifestación al estilo franchute, los de la vanguardia obrera universitaria cortábamos las calles provocando microembotellamientos de minuto y medio, mientras berreábamos, a la espera de la llegada inexorable de los grises y a palmada de ritmo binario (me lo ha recordado hace unos días mi querida Carmen Martínez Ten, feminista mayor del felipismo), «¡no nos mires, únete!».

El sanchismo rampante ni tapó ni cortó las calles: las vació de semovientes y de vehículos de tracción animal, hidrocarbúrica, eléctrica o híbrida. Como escribe Alain Minc en un reciente ensayo paradójicamente marxista y antisocialista (‘Mi vida con Marx’, 2021), «escrita en tinta invisible, circula una convicción permanente de Marx: la economía es la vida; el mercado es la vida. Este punto de vista fue heterodoxo en los peores momentos del confinamiento…». En el de España, en concreto, estuvo ilegalmente prohibido.

Por eso al Gobierno se le hace tan difícil la vuelta al cole, digo a la calle, y experimentan las ministras, ministros y ministres tantos trances angustiosos y delirantes. La vicepresidenta segunda se ve de pronto rodeada por miles de ancianitos y ancianitas (no ancianites) que la jalean, puño en alto, al grito de «¡a por los mayoristas, Yoli!». Al baranda de la Agricultura se le agolpan en Atocha delegaciones de la cadena alimentaria: el lunes recibirá a los tomates Cherry y el martes a los Corazón de Buey. Y Llop no puede dejar de oír las acaloradas protestas en el Metro por el estancamiento del CGPJ ni escudándose tras sus pinganillos de fantasía.

O acaso es que la calle esté cambiando o haya cambiado del todo tras la pandemia. No lo descarto. Yo mismo acabo de cruzarme con dos ratas pardas de mi barrio que venían discutiendo acerca de la diferencia entre tasas e impuestos. En fin: «a tapar la calle,/ que no pase nadie, / si no es la justicia/ o el señor alcalde».