LUIS VENTOSO – ABC – 11/02/17
· La modernización se queda para otro día.
«Todo tiene que cambiar para que nada cambie», escribió Giuseppe di Lampedusa en la sobadísima cita de su única novela, «El Gatopardo», obra maestra ignorada, que solo se publicó al año de su muerte. Aunque es más de ciclismo que de literatura, Rajoy ha ido más allá de Lampedusa y ha reformulado la frase del novelista italiano: «Nada tiene que cambiar para que nada cambie», tal podría ser el lema del congreso del PP. «Pax mariana», como escribía ayer aquí el elegante maestro Camacho.
El calado del debate es tal que algunos medios han destacado sobre todo las disquisiciones ornitológicas: ¿Es el logo popular gaviota o charrán? Pregunta que recordaba a otra gran duda camp, ¿gavilán o paloma?, que cantaban Pablo Abraira y su rubio mostacho. Del baúl de los recuerdos, como Abraira, perdura Arenas, que ahí seguirá, sin que se sepa muy bien por qué (o tal vez sí). De los avances hacia una mayor democracia interna nunca más se supo, todo se quedará en una leve sofisticación del dedazo.
Los dilemas morales se evaden y se asumen los frutos de la ingeniería social de Zapatero, porque plantear debates intelectuales resulta fatigoso, obliga a pensar y a defender con fe un ideario. Ayer salió la sentencia del Gürtel –que ya es casualidad– y daba cierto sonrojo ver en el telediario a Maíllo despejándola con el simplón mantra del «escrupuloso respeto a las decisiones judiciales».
A su espalda, mientras se hablaba de un grave caso de corrupción de la era Aznar, la emergente Andrea Levy se tronchaba de risa cuchicheando con Maroto, ejemplo de dirigente que podría estar tranquilamente en el PSOE, como Cifuentes. Aunque el PP ha aprobado reformas valiosas contra la corrupción, su dialéctica ante su fango sigue dejando que desear. Por último, todos los delegados del congreso saben que si en las próximas elecciones el candidato fuese Feijoo, el único gobernante español que ha sumado dos mayorías absolutas en plena crisis, el PP obtendría bastantes más votos. Pero el actual titular aspira a repetir.
Sin embargo, hay algo que convierte a Rajoy en bueno: lo que tiene enfrente. Cuida las cuentas con el sentido común del funcionario, es educado, respeta los pilares institucionales de nuestra democracia y no está dispuesto, como la oposición, a vender en un saldillo la unidad de España. En un país con el patriotismo normal, todo eso es elemental.
Pero en España supone un mérito. Esta semana, Mas ha sido juzgado por burlar la ley desde el poder, con una consulta ilegal que no tenía otro afán que ir desarmando España. El día del juicio, organizaron una manifestación para acosar a los jueces, apoyada por la Generalitat. Son prácticas golpistas. ¿Cuál fue la reacción? El principal periódico de centro-izquierda, en lugar de cerrar filas con la legalidad, matizó en su editorial que la mitad de la culpa es de Rajoy, que no dialoga con los sediciosos. Podemos y sindicatos se situaron directamente con los delincuentes. El PSOE lamentó que el Gobierno «haya judicializado el debate». Frase absurda ¿Cuál es entonces la alternativa? ¿Vía libre al delito? Con este panorama, y aunque lleve 34 años de coche oficial, Rajoy sigue suponiendo un oasis de cordura.
LUIS VENTOSO – ABC – 11/02/17