EL MUNDO – 17/05/16 – ARCADI ESPADA
· ‘EL HIJO DE SAÚL’ es una película que hay que soportar. No es intelectualmente difícil. Ni inspira el terror confortable que en el apogeo del descuartizamiento de la doncella te hace decirte: calma, es sólo cine. Es una película desagradable y molesta que narra el crimen nazi de una manera nueva, y tiene razón Lanzmann al haber remarcado este carácter. Contar el Holocausto de manera nueva es una proeza, y es la proeza del húngaro László Nemes. La película, de anécdota deliberadamente irrelevante, es ruidosa y sucia. Durante hora y media la banda sonora reproduce una múltiple y constante secuencia de gritos, órdenes básicamente, que no distinguen entre el día y la noche.
Y todo lo que muestra es feo, está embarrado y se aprecia con poca nitidez. Auschwitz en vivo: el imposible oxímoron. No hay modo de escapar de lo que se está viendo que no sea el de levantarse e irse. No puede decirse: es cine. Esto es dificilísimo. La magnitud del empeño puede apreciarla cualquiera que pruebe a retratar o a filmar algo feo. La fotografía ennoblece de una forma automática, porque es el propio encuadre el que de partida ennoblece. Y hay que trabajar mucho dentro del encuadre, como hace Nemes, para disolver sus límites.
La bisagra de esta columna es que el domingo me fui a dormir después de ver El hijo de Saúl y el lunes me levanté con la entrevista al ex asesino Urrusolo Sistiaga, que publicó en el diario El País el especialista Luis R. Aizpeolea. Ahí está Urrusolo fotografiado a tres columnas con su limpio jersey gris marengo, sus gafas de montura fina y las manos sobre el pecho, exhibiendo un yo perplejo. Ateniéndose a las reglas clásicas del género arrepentido sólo dice banalidades, sin interés ninguno. Algunas de ellas, y al alimón con su entrevistador, las lleva a lo declaradamente cómico, como cuando asegura que «fue una brutalidad usar la violencia», lo que traducido a un idioma libre y descubierto quiere decir que fue muy violento utilizar la violencia.
Todo el diálogo es un ejemplo de inmoralidad vibrante, para que aprendan los niños, con picos dramáticos como éste:
– ¿No le dio que pensar el asesinato de Yoyes, en 1986?
– Claro que me afectó. No estuve de acuerdo. Pensaba que tenía derecho a volver a casa.
Sin embargo, y como enseña oblicuamente El hijo de Saúl, lo escalofriante no es que el periodismo le limpie a Urrusolo la sangre sino la mierda.
EL MUNDO – 17/05/16 – ARCADI ESPADA