- Bolaños y Calviño arrastran sin titubeos a Pedro Sánchez rumbo al precipicio
Un funcionario quisquilloso con despacho en Moncloa los llama ‘la doble Ñ’, cual si se tratara de una secta oscura y legañosa. Nadia Calviño y Félix Bolaños coinciden en esa letra cañí en su apellido y poco más. La vicepresidenta primera es miembro del club de las narices enhiestas. El ministro de la Memoria es un peoncito de aparato venido a más. Ella vale menos de lo que piensa y él apenas vale nada. Una y otro componen el tándem letal y definitivo que remitirá a Sánchez al desolladero.
En un Ejecutivo de tediosas medianías, en el que, en contra de la tradición, apenas se escucha la voz de los titulares de Exteriores o de Interior, dos muditos acobardados, la doble Ñ acapara protagonismo tanto por la relevancia de sus cometidos como por la dimensión de sus fracasos. Sánchez siempre ha sido muy de parejas. Quizás algo freudiano o afición al naipe, que no parece. Reclutó primero a los Migueles visitadores de la Moncloa, Barroso y Contreras, del núcleo duro del zapaterismo. Recuperó luego a Óscar López y Manuel Hernando, los llamados ‘koalas’, ambos miembros de la corte de Pepiño Blanco. Los primeros engordan sus negocios al amparo del ogro filantrópico, esto es, el paquidermo del Estado, en tanto que los segundos engrasan sin acierto la factoría de ficción de su detestable señorín.
Ni en inflación, energía, empleo, impulso al crecimiento, creación de riqueza, ahorro.. Con Calviño, la femme savant, todos somos más pobres
La doble Ñ acapara espacios y acumula desaciertos. Ni un día sin pifia, ni una semana sin error. Nunca debió Bolaños superar su humilde desempeño como leguleyo avispado en el aparato de Ferraz, o, todo lo más, como edecán con chorreras en el ala servil de Presidencia. El batacazo frente a Ayuso, Pegasus, el CGPJ, el plantón de Mohamed, el sí de las niñas. Bracea con Bruselas para aliviar el informe que ya última el comisario Reynders sobre las agresiones a la Justicia española, ese edificio en trance de derribo. Ha adoptado ahora la conseja de Ovidio, ‘bien vive quien bien se oculta’, evita los micrófonos, ratonea las declaraciones, huye de los medios con inocultable pavor. Los dos grandes terremotos que conmueven los cimientos de La Moncloa son ajenos a su demarcación. El Tito Berni es cosa del partido. Los tres voceros del PSOE –Eme Jota Montero, Patxiquemasda y una Pilar Alegría desenfocada-, brujulean sin tino entre una amenazante marabunta de izas y gayumbos despendolados.
Calviño, miss Europa, la femme savant de Bruselas, una técnica brillante, una experta en comercio comunitario, el pilar firme y sensato del equipo económico de Sánchez frente a la turbamulta morada y bolivariana, apenas ha logrado redondear algún acierto. Ni en inflación, energía, empleo, impulso al crecimiento, creación de riqueza, ahorro… Con Calviño todos somos más pobres. La deuda se dispara, el déficit cabalga, el castigo fiscal rodea la frontera del saqueo y ahora ha entrado en una nueva fase, la de espantar al capital, asfixiar al empresario, insultar al emprendedor, asediar al autónomo. Catatónica y estupefacta, ni lo vio venir ni ha sabido reaccionar. Ha recitado consignas sin rigor y balbuceado quejas de adolescente que extravió el lipstick. Tan torpe la ha visto Sánchez que no dudó en ponerse él mismo al frente dela cacería de Rafael del Pino. El socio preferido de los enemigos de nuestro Estado de Derecho, el amigo de los dinamiteros de la Constitución, se ha lanzado a repartir carnets de buenos y malos españoles, en un burdo e inmoral juego de patriotas.
¿Quién puede tomarle en serio cuando sus corporaciones más sólidas huyen despavoridas de su país? ¿Montará acaso un corralito para impedirlo, tal y como le piden desde el sector Iglesias del Gobierno?
En raras ocasiones se ha asistido a un espectáculo tan despreciable como el ofrecido por Sánchez desde Copenhague o Helsinki. No es habitual, en la Europa democrática, que un jefe de Gobierno, de visita oficial en una nación extranjera, dedique una rueda de prensa a ensañarse con el presidente ejecutivo de una de las compañías más importantes del país y del mundo, simplemente porque ha decidido trasladar su sede fiscal más allá de sus fronteras. Es una apuesta muy peligrosa, seguramente al objeto de camuflar el esperpento del Tito Berni, Sánchez ha relanzado su mensaje peronista con una vehemencia propia de la desesperación. Tachar de ‘paraíso fiscal’ al miembro de esa Europa que dentro de unos meses le toca presidir (el famoso semestre del postureo) no parece una conducta razonable.
Calviño ha naufragado. Ha perdido Ferrovial y los papeles. Y el aprecio del autócrata de la Moncloa. El inabarcable eco de esta sonora estampida empresarial ha repercutido muy negativamente en su estampa de campeón global en la batalla contra la crisis económica, en el espejo en el que han de mirarse todos los gobiernos del continente para manejar los negocios públicos. ¿Quién puede tomarle en serio cuando sus corporaciones más sólidas buscan cobijo fuera de su ámbito de poder? ¿Montará acaso un corralito para impedirlo, tal y como le reclaman desde el sector Iglesias del Gobierno?
Después del desastre de Bolaños, el de Calviño. La doble Ñ del Ejecutivo acelera en su desenfrenada marcha hacia un abismo en el que, más pronto que tarde, sucumbirá también el sanchismo.