Editorial-El Español
La batalla del Gobierno contra las previsiones macroeconómicas ha adquirido tintes de cantar de gesta y empieza a recordar ya a la de José Luis Rodríguez Zapatero contra aquella palabra maldita («crisis») que se negó una y otra vez desde la Moncloa hasta que la realidad demolió la fantasía de unos anunciados «brotes verdes» que nunca fueron tales y que acabaron con los conocidos recortes sufridos por los ciudadanos en 2011.
Ayer martes, el Fondo Monetario Internacional recortó hasta el 1,2% el crecimiento del PIB español en 2023. La previsión del FMI se suma a otras que se han sucedido durante los últimos días. El 1% que calcula el BBVA, el 1,5% de la Airef y la OCDE, y el 1,4% del Banco de España. El Gobierno sigue defendiendo, en contraste, un 2,1% de crecimiento.
Preguntada por la discrepancia entre el dato del Gobierno y la previsión de los organismos que lo rebajan a la mitad, la vicepresidenta del Gobierno para Asuntos Económicos, Nadia Calviño, respondió con lo que no puede ser definido más que como una huida hacia delante a plena luz del día: «El futuro no está escrito».
«El mensaje importante es que la economía española seguirá creciendo en 2023 muy por encima de los países del entorno» ha añadido luego Calviño, obviando la evidencia de que España parte de un punto más bajo y la de que todos los indicadores económicos vaticinan un 2023 muy complicado para unas empresas y unos trabajadores que ya soportan cinco puntos más de presión fiscal desde que Sánchez llegó a la Moncloa.
En esta escapada de la realidad, el Gobierno ha agotado ya casi todos sus comodines. En junio, el presidente del Instituto Nacional de Estadística, Juan Manuel Rodríguez Poo, dimitió de su cargo por las discrepancias con la Moncloa acerca de sus cálculos del Producto Interior Bruto (PIB) y del Índice de Precios de Consumo. Según el Gobierno, las cifras reales eran «mucho mejores» que las determinadas por el INE.
Hace menos de una semana, el mismo presidente del Gobierno criticó las previsiones del Banco de España y se refugió en las de la Unión Europea y el FMI. La Comisión Europea mantiene de momento el mismo 2,1% del Gobierno, pero la revisión a la baja del FMI ha dejado al presidente y al sector económico de su gabinete sin otro asidero que Bruselas. Si su revisión de noviembre también es a la baja, el Ejecutivo se habrá quedado solo en su optimismo. La pregunta es a partir de qué punto ese optimismo deja de ser voluntarismo para pasar a ser negación interesada de la realidad.
El Gobierno ha puesto todas sus esperanzas en los fondos europeos haciendo caso omiso de aquellos que prevén una ralentización global de la economía, que ven signos de enfriamiento en la mayoría de los países y que describen un escenario geopolítico extremadamente inestable frente al que España no puede oponer demasiadas fortalezas. Porque ni el empleo, ni la productividad, ni la seguridad jurídica, ni la presión fiscal, ni la rigidez del mercado laboral, ni el proteccionismo y el intervencionismo del Gobierno reman a favor de una economía española en la que sólo parece confiar Pedro Sánchez.
El Gobierno debería además haber sido más prudente y retrasar la presentación de los Presupuestos Generales del Estado hasta conocer las previsiones del Banco de España. Si hubiera moderado sus ya bajas perspectivas de crecimiento, se habría ahorrado el jarro de agua fría que supuso verlas reducidas en un 33%.
Mientras en el mundo se habla hoy de recesión, de estanflación y de crisis energética global, en España el Gobierno promete un crecimiento ilusorio al que se le ponen obstáculos sin fin con unos Presupuestos diseñados para ganar las elecciones, no para sanar la economía.