- Han convertido a Calviño en una heroína. Han rodeado a Page de un aura épica. Emergen ahora ente las sombras del declinante sanchismo una pléyade de ‘killers’ dispuestos a suceder al padre
No han formado una pinza letal, ni un tándem diabólico o una conjura artera. Nadia Calviño y Emiliano García Page han coincidido esta semana en los titulares como inopinados protagonistas dentro del adocenado magma del socialismo gobernante. En un partido en el que nadie alza la voz, en un Gobierno en el que todos sus miembros recitan los argumentarios como jaculatorias de convento, Calviño y Page han mostrado un ápice de personalidad -la una sobrevenida y la otra bien buscada- que les ha encaramado en las quinielas de la sucesión.
Pedro Sánchez está amortizado, se le ha puesto cara de loser, a juego con la de su homólogo Olaf Sholz, que, en su paseo compartido por La Coruña, ofrecían la estampa de una parejita de alucinados sonámbulos. En su desesperación, el jefe del Gobierno español ha recurrido a una baza incierta, unos presupuestos disparatados con los que pretende embaucar el voto del funcionario y del pensionista. Una jugarreta tan tramposa como ineficaz. Absurdamente imbécil. El problema de Sánchez es que hace tiempo dejó de ser creíble. Ni para el jubilado ni para el empleado público. Menos aún, para el autónomo, el empresario, el miembro de ese club de ‘la clase media trabajadora’ que tanto manosean los papagayos de la propaganda del progreso.
Ni es política ni milita en el PSOE, razón por la cual nadie piensa en ella cuando se despliegan nombres para sustituir al presidente demediado
De ahí el éxito rutilante de Nadia Calviño en su intervención este miércoles en el Congreso, en vibrante respuesta a una ingenua y, sin duda, torpe pregunta del portavoz de Vox. La vicepresidenta económica, la Doris Day del Gobierno, menuda y con melenita rubia, atildada y modosita, prudente y sosa como las presentadoras del telediario, forma parte del sector técnico del Ejecutivo. Ni es política ni milita en el PSOE, razón por la cual nadie piensa en ella cuando se despliegan nombres para sustituir al presidente demediado. Últimamente, sin embargo, no ha dudado en mostrar su carácter corajudo, en sacar las uñas y lanzar zarpazos en defensa de un equipo que apenas acierta ni cuando rectifica.
Sánchez, en una jugada aún inexplicable, se desprendió de Carmen Calvo y José Luis Ávalos, sus corazas protectoras, sus mastines de presa, los que se partían la cara frente al rival, los que se lanzaban a degüello contra el enemigo. Ese flanco de la zona oscura de Monclovia quedó desguarnecida. Los berridos de Adriana Lastra, lejos de proteger al jefe, le cubrían de lodo y boñigas. ¿Quién narices hace ahora de Guerra o de Rubalcaba?, se quejan los escasos dirigentes socialistas que todavía permanecen fieles a su odioso gerifalte. El Consejo de ministros es un magma de incompetentes que se ocultan cuando vienen mal dadas y exhiben su inmarcesible imbecilidad cuando no se necesita. La atropellada verborrea de Eme Jota Montero o la torpeza balbuceante de Ione Belarra son buena prueba de ello. De ahí que la bancada del Gobierno, socialistas y podemitas al unísono, se puso en pie durante la sesión de control para ovacionar a Calviño, reencarnada en una especie de flamígero Castelar, episodio sin precedentes en la actual legislatura.
Dado que Sánchez, confuso y desnortado en su hórrido presente y desarmado ante su espantable futuro, será incapaz de presentarse a la reelección, muchas miradas se han dirigido hacia la sorprendente vicepresidenta, esa mosquita muerta con colmillos de tiburón. Sería una buena opción como cabeza de cartel. Es mujer, conoce el paño económico (pese a su incuestionable torpeza subrayada por el BdE), se pasea por el patio europeo como Pedro por su Falcon, no está desgastada en las pugnas intestinas y ha mantenido una relación muy razonable con los medios. No resultaría una candidata arrebatadora pero redondaría un papel nada reprochable. Ella no quiere. Ni piensa en ello, aseguran sus fieles. Cuando todo esto haya acabado, a finales del año próximo, volverá a sus despachos de Bruselas donde goza de un notable respeto y una unánime valoración. Así anda la UE, no da para más.
Page, como el petulante mandamás de Monclovia, también trisca por el territorio de la angustia. Los sondeos le avizoran un resultado inhóspito en las autonómicas de mayo
Es ahí donde surge la figura de Emiliano García Page, zorro viejo de la política -heredero de Pepe Bono, lo más ladino que se expende en el mercado de la izquierda- lleva ya un tiempo empeñado en distanciarse del sanchismo y alardea de su independencia y su condición de ‘verso suelto’, sin métrica ni rima. El actual presidente de Castilla le Mancha, como el petulante mandamás de Monclovia, también rebufa por el territorio de la angustia. Los sondeos le avizoran un resultado cruel en las autonómicas de mayo. De ahí sus extrañas contorsiones hacia el caladero de la derecha. PP y Vox le desalojarán del puente de mando en un resultado que quizás no convenga del todo a Génova. Tras la renuncia inevitable de Sánchez, Page sería un excelente rival para Feijóo y, como seguro perdedor, también resultaría un cómodo líder de la oposición, con quien el gallego podría alcanzar acuerdos sensatos y pactos imprescindibles.
Calviño y Page son los nombres del momento. Lo que ocurra en las futuras listas del PSOE para las generales dependerá del resultado de las urnas de mayo. De aquí a entonces, emergerán nuevos aspirantes a matar al padre, diferentes figurillas de voluntariosos killers que, entre ocultas maniobras, buscarán hacerse un hueco en la parrilla de la sucesión. Sánchez, ese tipo «que se lleva mal con la realidad», diría Kipling, irá sumando crecientes dosis de ira conforme se vaya agotando su crédito en la demoscopia. Llegado el momento, abandonará su actual sillón para escapar de la segura derrota y acomodarse en alguna prebenda que, seguramente, ya tiene apalabrada. Será el momento de los Brutos., que saldrán a cientos.