Santiago González, EL MUNDO 21/11/12
Ayer, 20 de noviembre, una fecha cargada de significantes funerales, el Parlamento vasco comenzó la décima legislatura de su historia. Se constituyó la Cámara, se eligió nueva presidenta, se formó la Mesa y todo el mundo trató de acomodarse a su nueva posición. El lehendakari en funciones sigue presidiendo la bancada del Gobierno hasta el día de la investidura. El PNV continúa a la derecha, visto desde la presidencia; EH Bildu ocupa el ala izquierda, en los escaños que antaño ocupaban los socialistas. A Laura Mintegi le toca el asiento que antaño calentaba Eguiguren. Quizá no le gane a radicalidad nacionalista, aunque sí es más comprensiva con la carga de 858 asesinatos que ETA ha dejado tras de sí.
Y allá a su frente Estambul. Ya han vuelto tiempos distintos; la nueva entró en harina con un discurso más político que institucional, para decir que el pueblo vasco es más amplio de lo que representa el Parlamento, sólo a tres de cada cuatro vascos. Falta el cuartel navarro, pero sólo en primera instancia. También falta Iparralde, pero parece que en el más optimista de los cálculos Francia es más intransigente que Madrid y lo de Iparralde está más crudo que lo de Navarra.
El escudo se aprobó en tiempos preautonómicos, con sus cuatro cuarteles, para cada uno de los territorios históricos soñados por el nacionalismo. El cuarto, las cadenas de Navarra sobre campo de gules, fue declarado improcedente por el Tribunal Constitucional en 1986. Escudo de Euskal Herria, no tienes que perder más que las cadenas, habría dicho el viejo manifiesto, y el cuarto cuartel se quedó en rojo, esperando para mejor ocasión.
La nueva presidenta citó como prioridades la consolidación de la paz y la normalización, que acabará siendo la contrapartida necesaria para continuar así, antes de perderse por unos intrincados vericuetos conceptuales que rehuían la piedra angular sobre la que se asienta la democracia: la Ley. Una de las novedades reseñables de Patxi López durante su etapa de Gobierno era su doble referencia a las dos grandes leyes que sostienen la autonomía y la democracia vasca, a saber: la Constitución Española y el estatuto de Autonomía.
La nueva, lo que ha oído en casa, la costumbre. Salvo el caso ya citado de López, el resto de los lehendakaris han jurado su cargo según la fórmula que llaman clásica, aunque sólo es antigua y no mucho: fue acuñada en 1936 para el primer lehendakari, José A. Aguirre. El clasicismo es sólo una mano de betún de Judea que da un aspecto arcaizante a una sintaxis retorcida. Los presidentes vascos son los únicos gobernantes que no juran guardar y hacer guardar la Ley. Quizá por eso, la nueva presidenta se abstuvo de invocar marcos legales cuestionables, pero hizo alguna frase sorprendente, un suponer: «En el Parlamento, la democracia es Ley», vistosa definición inane. Pudo decir que el Parlamento es el templo de la democracia y yo soy su sacerdotisa suma, o que la Ley forma los cimientos y las columnas maestras del Parlamento; pero, ¿qué quiere decir ‘la democracia es Ley’?.
Santiago González, EL MUNDO 21/11/12