Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Ante situaciones de alarma, el Gobierno se escaquea detrás de las autonomías

Es una de las estrambóticas y famosas frases de Yolanda Díaz que hicieron en su día las delicias de las redes sociales y que no puedo quitarme de la cabeza en este verano en el que arde el país entero por culpa -según la propia líder de Sumar- del cambio climático: «Vamos a adaptar las condiciones meteorológicas a los puestos de trabajo». De asaltar el cielo, como vaticinaba Pablo Iglesias en octubre de 2014, Yolanda Díaz pasaba en mayo de 2023 a la promesa de cambiarlo. Dos años después, salta a la vista el clamoroso éxito de semejante plan estratosférico: España convertida en un pebetero olímpico. Y uno piensa si no hubiera sido más realista y más práctico que andar domando y domesticando la meteorología, como solo Yolanda sabe hacerlo, haberse conformado con un objetivo algo más modestito como el de prever sus efectos.

Prever sus efectos conllevaba la rectificación de esa política ecopopulista que prohíbe y sanciona la cabal limpieza de los bosques en nombre de una libertad y unos derechos de la Naturaleza que se han vuelto a anteponer a los de los ciudadanos en un invierno especialmente lluvioso como el que hemos pasado y en el que, en efecto, ha crecido ‘libremente’ una vegetación a la que la ola de calor ha convertido en hojarasca y fácil pasto del fuego.

Cambiando el cielo, sí. La verdad es que la invocación al cambio no ha tenido mucha fortuna en la política de nuestra izquierda. Recuerdo que, a la vista del ajustado triunfo electoral del 93, Felipe González se sacó de la manga aquel redundante lema de ‘el cambio del cambio’, que se tradujo en toda la ola de escándalos que lo desalojaron de La Moncloa solo tres años después. Yolanda Díaz está ahora en ‘el cambio del cambio climático’, que es cosa aún más seria y de mayor envergadura científico-ideológica. Está en la estratosfera y en el pensamiento mágico. En el metaverso y en ese otro planeta al que -según ella- van a huir los ricos de éste metidos en un cohete que ya están diseñando como un plan B.

No. No es un chiste ni una anécdota. No se trata de la vecina chiflada que todos podemos tener y a la que le damos la razón en el ascensor cuando nos habla de los reptilianos. Es la rimbombante vicepresidenta segunda del Gobierno la que está diciendo esas cosas. Y no es tampoco una excepción. Es el síntoma de un Ejecutivo que una y otra vez, ante situaciones de alarma nacional que requieren decisiones de Estado (la pandemia, la dana valenciana…) se escaquea de sus responsabilidades detrás de las autonomías. Es solo la punta del iceberg de un sistema, una clase política y una ciudadanía que no la han mandado a casa y que ven su discurso como algo normal e inevitable. Como los incendios que asolan España y que un año más no hemos sabido prever.