El gran asunto que no se resolverá hasta que sepamos qué y a quién votamos los españoles. Es evidente que existe una mayoría social del electorado que, al menos por lo que indican las encuestas, tiene clarísimo que está harto del experimento Sánchez. Es lógico, si tenemos en cuenta los resultados que ha provocado ese aprendiz de brujo. Eso no es obstáculo para que otra parte importante defienda que debe seguir, porque aquí votamos más a la contra que a favor. Que al PSOE todavía se le den cerca de los cien diputados en los sondeos después de las barbaridades que ha cometido es indicativo de lo que digo. Es algo similar al caso catalán en dónde, se vote más o se vote menos, el separatista convencido siempre apostará por unos partidos que sólo han traído ruina, división y descrédito para esa Cataluña que tanto dicen amar.
Pero algo más se percibe en el ambiente, un factor extra que añadir al voto usual. Y ese algo es el voto de un nuevo tipo de elector, el que no quiere tan solo un cambio de partido en Moncloa, sino que desea es un cambio de paradigma. Estamos hablando de voto joven, de voto tanto urbano como rural, de autónomos y pequeños empresarios, de mujeres, de desencantados, en suma, con ese sistema que hasta ahora ha sido útil, a saber, el de ahora gobierna el PSOE y ahora el PP. Es una pulsión que va más allá de las siglas clásicas y que ambiciona otro escenario político, otra cultura de la gestión, que quiere abrir melones hasta ahora prohibidos por lo políticamente correcto que suele ser, por lo general, intelectualmente estúpido.
Quizá esa enorme masa ciudadana no definiría lo que le pasa, lo que sufre, como cambio de paradigma, pero detrás de su queja bronca existe la misma pulsión: los políticos viven muy bien a costa nuestra ymientras ellos no se privan de nada nosotros pagamos la fiesta
Querer cambiar el paradigma, que no las reglas de juego democráticas, está arraigado en la vida cotidiana de todos y cada uno de los españoles. Es ese ámbito en el que puede comprobarse la degradación de barrios y ciudades ante una delincuencia que campa a sus anchas, donde la inmigración ilegal ha ocupado los espacios públicos implantando sus costumbres mientras las autoridades políticas han ido arrinconando las nuestras, donde se compra cada vez menos y se paga más caro, donde incluso trabajando se puede ser pobre; son esos rincones que jamás salen en los telediarios donde los mayores viven y mueren solos, falta personal en los ambulatorios, la burocracia ahoga al contribuyente y subir la persiana de tu modesto negocio te cuesta un ojo de la cara, factures ese día o no. Quizá esa enorme masa ciudadana no definiría lo que le pasa, lo que sufre, como cambio de paradigma, pero detrás de su queja bronca existe la misma pulsión: los políticos viven muy bien a costa nuestra y mientras ellos no se privan de nada nosotros pagamos la fiesta.
Es el grito de un pueblo que desea servidores públicos honestos y eficaces, una administración sencilla capaz de vehicular sus necesidades, unas reglas del juego iguales para todos
Que nadie se engañe. No es el atávico sentimiento anti político que durante mucho tiempo imperó en la sociedad española. Es distinto. Es el grito de un pueblo que desea servidores públicos honestos y eficaces, una administración sencilla capaz de vehicular sus necesidades, unas reglas del juego iguales para todos y, singularmente, que si es terrible que alguien es discriminado e insultado por su condición sexual o su procedencia también lo es que lo sea por sentirse español o exhibir una enseña nacional. Resumiendo, el deseo de la gente ahora es la normalidad, la pacífica convivencia, poder ser español en España, poderse ganar la vida honradamente sin que el estado te ahogue con impuestos meramente recaudatorios, poder expresarte con libertad sin miedo a que te tilden de todo en nombre de una censura progre y ser libre en un país de libres e iguales. Y sí, eso sería un cambio de paradigma en una nación que se ha quedado enquistada en discusiones pueriles, destructivas y totalmente alejadas al sentir del común de la gente.
¿Estamos ante ese cambio que sería de una trascendencia enorme? Falta poco para saberlo.