El cambio se ha instalado en la sociedad vasca con toda naturalidad. Sólo el partido-guía sigue haciendo aspavientos en un cabreo incomprensible, en sí mismo justificación del cambio, argamasa eficaz para los dos socios y ahorro de trabajo para el PSE: Patxi López no tendrá que explicar el porqué de un pacto con el más indeseado de los socios.
Por fin, Euskadi va a ser un sitio normal, donde se protege con escolta a los gobernantes y no a los miembros de la oposición.Los nuevos mandamases, los escoltados, seguirán igual en este aspecto que cuando estaban en la oposición, mientras los nuevos opositores no van a ver disminuida su seguridad respecto a épocas anteriores.
El pacto constitucionalista está escrito en un papel y el frente abertzale, tercio sindical, ya ha convocado huelga general para mayo, poco después de la investidura. Dicen que es contra la crisis, pero el sindicalismo de Lizarra no ha pedido apoyo a las centrales «que tengan como objetivo la destrucción de Euskal Herria y la construcción de España» (CCOO y UGT), por decirlo con lenguaje prestado del pacto PNV-EA-ETA, verano del 98. La portavoz en funciones (mínimas) ha rehusado opinar sobre el asunto: «Habrá otro Gobierno el 21 de mayo ( ); cada uno se hace responsable mientras está en el cargo».
El acuerdo PSE-PP es un documento sorprendente. En una primera lectura ya se nota que no lo ha escrito Winston Churchill. Su sintaxis no es brillante y la solemnidad que de él se espera está reñida con expresiones agramaticales como «entre tod@s y para tod@s». Otro tanto cabría decir de sintagmas extraídos del agit-prop socialista, como «debemos arrimar el hombro», que, aun tópicos, quedan muy propios en estas fechas para costaleros de Semana Santa.
Es, sin embargo, un papel extraordinario. En apenas 10 folios invoca ocho veces el cumplimiento de la Ley; otras ocho, la libertad de los ciudadanos, y siete más, la igualdad entre ellos (y ellas, naturalmente). Nunca se había visto nada parecido en tiempos anteriores. Sorprende que un acuerdo para gobernar reclame el cumplimiento de la Ley de la Escuela Pública Vasca para garantizar a los padres el derecho a elegir la lengua vehicular en la educación de sus hijos, pero es un acto rupturista ante su incumplimiento por el Gobierno que la elaboró.
El cambio se ha instalado en la sociedad vasca con toda naturalidad. Sólo el partido-guía sigue haciendo aspavientos en un cabreo incomprensible, en sí mismo justificación del cambio, argamasa eficaz para los dos socios y ahorro de trabajo para el PSE: Patxi López no tendrá que explicar el porqué de un pacto con el más indeseado de los socios.
No era éste el resultado que soñaba Zapatero, ni, probablemente, el candidato, pero el PNV lo ha hecho bueno. Moctezuma ha quemado las naves a Hernán Cortés para que no pueda arrepentirse y no le quede otro camino que la conquista de México.
A poco que miren a su alrededor, se verán bastante solos, entre un público laico que, como en el chiste, amenaza con interrumpir el sermón con un gesto de hartazgo: «Si hay que ir al infierno, se va, pero no nos acojone».
Tiene este último error del PNV un aire de apocalipsis banal e intrascendente, anticipado por Eliot en Los hombres huecos (1925), cuando el primer lehendakari de Euskadi todavía jugaba en el Athletic: «Así es como acaba el mundo./ Así es como acaba el mundo./ Así es como acaba el mundo./ No con un estallido, sino con un suspiro». No es un globo que revienta, sólo un balón que se deshincha.
Santiago González, EL MUNDO, 1/4/2009