IGNACIO CAMACHO-ABC
Ciudadanos ha tomado el relevo en el pulso –más generacional que ideológico– entre el orden político nuevo y el viejo
SI hasta 2016 la clave de la política española estaba en el liderazgo de una izquierda sacudida por la irrupción de Podemos, cuya proyección activó en última instancia el voto del miedo, ahora es la batalla por la primogenitura del centro-derecha el factor determinante del futuro Gobierno. La crecida constante de Ciudadanos es el factor común de todos los sondeos, si bien el del CIS, estadísticamente más completo, mantiene aún al PP en un apretado primer puesto. El partido de Rivera, como antes el de Iglesias, ha tomado el relevo en el pulso –más generacional que ideológico– entre el orden nuevo y el viejo, que sigue sin resolverse por la resistencia del bipartidismo clásico entre la población madura y los distritos electorales más pequeños. Con tres fuerzas separadas por sólo dos puntos, la preverdad demoscópica aún no es capaz de determinar en este momento hasta dónde puede ceder el suelo marianista ni si el auge de Cs está tocando techo. La única conclusión palmaria es que el conflicto de Cataluña ha volcado el retrato sociológico de España y puesto a la formación naranja al frente del voto directo, el que la gente declara espontáneamente antes de la corrección estimativa de los cocineros.
Nos hallamos, pues, ante un panorama indeciso, borroso, en el que nada está todavía escrito. Nada al menos que pueda considerarse definitivo. Existe una tendencia sostenida pero con las elecciones lejanas resulta pronto para establecerla como un cambio de ciclo. Sí puede intuirse la fragua progresiva de un cierto macronismo , un movimiento reformista moderado con tintes ambiguos, entre el liberalismo y la socialdemocracia, que engorda con el desgaste de los viejos partidos y representa el refugio de quienes aspiran a un relevo sin vuelco, sin saltos al vacío. Pero Macron es el fruto de un sistema mayoritario de segunda vuelta que nuestro sistema electoral no contempla entre sus mecanismos. Aunque Ciudadanos tal vez pueda alzarse como alternativa, con estas cifras barruntadas tendrá que aterrizar sobre un poder compartido.
Y ése va a ser el debate decisivo: el de la interpretación del sentido de los votos una vez emitidos. Aun constatando una transferencia significativa desde el PSOE hacia Cs, son los vasos comunicantes entre los naranjas y el PP los que fluyen con la regularidad de un automatismo. El electorado cansado de Rajoy, decepcionado por su tibieza en Cataluña, ha visto en Rivera la continuidad natural de un proyecto que necesita modernizarse y vestirse de limpio. Si eso es así o no resulta irrelevante: lo que importa es que se trata de un pensamiento asentado, de un marco mental compartido. Y la gran incógnita consiste en saber si el actor político de moda entenderá que el papel para el que lo reclaman no consiste en echar a Rajoy sino en sustituirlo. Que, aunque una cosa implique la otra, no es exactamente lo mismo.