Jorge M. Reverte, EL PAÍS, 14/8/12
ETA no es un problema vasco, sino español, por eso todos deberíamos tener voz y voto
En 1974 una partida de saharauis armados atacó en el entonces llamado Sáhara español un puesto de la Policía Territorial. Dos hombres, también naturales del Sahara, murieron en la acción. Las alarmas saltaron entre los mandos del ejército, porque la situación en el territorio comenzaba a ser muy delicada. Se podía reaccionar con una acción de castigo o buscar alguna solución que tuviera efectos más controlables. Se optó por lo segundo y a alguien se le ocurrió una idea: si los atacantes eran de una tribu y los asesinados de otra, ¿por qué no arreglar el asunto entre las tribus? Así se organizó. Los parientes de los muertos recibieron, con la mediación del ejército español, una compensación en forma de camellos y otras mercancías y el asunto se pudo enterrar. El estallido de la bronca se aplazó por un tiempo.
Ahora, en 2012, y en España, a alguien se le ha ocurrido algo similar para resolver el “conflicto” vasco, o sea buscar la salida política para la cuadrilla de asesinos de ETA y su nutrido entorno. Pero no solo de Bildu y organizaciones similares nace la propuesta. También se han apuntado a ella sectores hondamente enclavados en el Partido Socialista de Euskadi, como su casi expresidente, Jesús Eguiguren, y hasta se huelen tentaciones en el entorno del Partido Popular. Dos organizaciones que han sufrido en sus carnes la brutalidad homicida de la banda y sufren todavía la chulería permanente de su entorno civil.
La propuesta no se concreta de manera tan cruda como en el Sáhara, pero tiene un contenido parecido en el razonamiento: según estos sectores, para llegar a un final feliz (la paz), los dos sectores (entorno etarra y gobierno) tienen que hacer movimientos. Del entorno etarra se ve que hay pocos deseos de entrar en el juego, lo que se demuestra viendo a un patético parlamentario como Errekondo que no se atreve a condenar el asesinato de Miguel Ángel Blanco o al secretario del alcalde de San Sebastián amenazando de muerte a unos chavales que celebraban la victoria de España en el campeonato de Europa de fútbol por la parte vieja de San Sebastián, ¡con una bandera española, hay que ser facha!
Entonces, hay que animar al gobierno a que de pasos. Y esos pasos se basan sobre todo en la política penitenciaria, es decir, en el tratamiento de los presos y sus condenas. Hay que soltar a los bondadosos que ya no quieren pertenecer a ETA y derogar la doctrina Parot. A esta idea solo se oponen (según los promotores de la cosa), algunas víctimas que prefieren la venganza antes que la reinserción y grupos de extrema derecha (aviso a navegantes: quien no está de acuerdo conmigo, es un fascista).
¿Por qué hay que dar esos pasos? Porque la sociedad vasca no entiende que se actúe de otra manera. Las encuestas lo dicen. Es decir, que la demoscopia aconseja que se actúe con generosidad y altura de miras. Hay que ir aflojando suavemente las tuercas para así obtener unos buenos resultados electorales frente al triunfal avance de los nacionalistas radicales, que casi alcanzan en votos a los nacionalistas no violentos, el PNV. Juntos (lo que no es descabellado) nos pueden hacer una buena avería.
El primero y fundamental es el del ámbito. ETA, su historia de asesinatos, sus presos, no son un problema vasco, sino de forma muy clara un problema español. Aceptar otra cosa es entrar en la diabólica diagnosis del “conflicto”, esgrimida por los nacionalistas pacíficos y violentos, según la cual el problema reside en una fantasía pensada por Sabino Arana y desarrollada por algunas luminarias posteriores, que es la de la ocupación de la Arcadia feliz que era Euskadi por el poder opresor español. Sobran autores vascos para demostrar lo estúpido y falaz de esa teoría. ETA, por el contrario, es un grupo terrorista y nacionalista formado en 1958 por quienes, de forma voluntaria decidieron que matar por la patria era lícito. Y mataron hasta hace muy poco, y casi sin excepciones, españoles, por el hecho de que lo fueran. Gaizka Fernández Soldevilla y Raúl López Romo, dos historiadores vascos, lo han demostrado de forma abrumadora, con documentación y datos suficientes, en un reciente libro: Sangre, votos, manifestaciones,que tiene, como es natural, algunos problemas de distribución en el País Vasco.
ETA ha querido siempre matar españoles por el hecho de que lo fueran. En el País Vasco, en Madrid, en Sevilla, en Cataluña, o donde cayera, pero españoles. Y además, lo ha hecho en España, un país que desde hace mucho tiempo es un Estado de Derecho. Las razones legales obligan a pensar la persecución de sus crímenes desde la legalidad de ese Estado. Las razones morales obligan también a hacer las encuestas de oportunidad en España.
Aunque se diera la imposible circunstancia de poder calcular el número de camellos que ETA y su entorno deberían pagar a las víctimas para obtener el perdón y la “reinserción” (o sea la vuelta a donde estaban antes de obtener el perdón), aún en ese caso, el cambalache se tendría que hacer con españoles, no solo con encuestados vascos.
El otro punto flaco del invento está en el futuro de la astuta maniobra. No está fuera de la cabeza de los pergeñadores (y eso lo sabe todo el mundo en el País Vasco, aunque no se exprese abiertamente) la idea de un posible futuro bloque electoral de izquierdas que incluyera a españolistas reinsertados y a marcas electorales de los abertzales. Ese bloque electoral disputaría la hegemonía a los nacionalistas pacíficos de derechas en un futuro no muy lejano. ¿Cómo se haría? Cediendo todos un poquito, “la puntita nada más”. Un sueño: un País Vasco independiente gobernado por la izquierda vasca. Y todos felizmente demócratas.
¿Dónde está el fallo? Sobre todo, en que el entorno de ETA no es de izquierda, sino nacionalista, nacional-socialista para ser más exactos. Sin judíos a los que exterminar pero con españoles a los que silenciar y, si es posible, expulsar de Arcadia.
¡Ay de nuestros estrategas, entonces! Tendrían que demostrar su pureza con los condicionantes que les pusieran. De sangre ya no, porque eso está anticuado. De patriotismo demostrable. Tendrían que poner de manifiesto que su odio a España es del calibre suficiente para poder adquirir la ciudadanía.
En todo caso, creo que sería bueno saber cuántos camellos se nos ofrece. No sea que valga la pena. A mí no me basta con que Garitano lamente la muerte del empresario Korta, porque no ha condenado su asesinato.
A ver qué ofrecen cambio de la paz. ¿Libertad?
Jorge M. Reverte, EL PAÍS, 14/8/12