JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO – 14/09/14
· La gran cantada de David Cameron consiste en permitir que Escocia pueda votar como sujeto político, concediendo así al independentismo todo lo que ansiaba desde el principio.
Al gran Camarón de la Isla, que marcó un antes y un después en la historia del flamenco, le ha salido un imitador entre los políticos europeos de primer nivel. En la estela del genio gaditano, nacido en la Isla de León, que revolucionó para siempre el cante jondo, tenemos al mandatario de otra isla, mucho más extensa eso sí, la de Gran Bretaña, que está tocando irresponsablemente fibras muy sensibles en un escenario europeo trufado de naciones irredentas deseosas de convertirse en estados. Porque el problema es que, en lugar del cante jondo, lo del líder tory son más bien las cantadas y, en lugar de revolucionar su arte, lo que está provocando es una inquietante grieta en la construcción del edificio europeo, de impredecibles consecuencias.
Y aunque por aquí resulte chocante que los escoceses independentistas quieran seguir teniendo como jefa de Estado a la reina de Inglaterra y como moneda la libra esterlina, y aunque Escocia fuera ya Estado independiente durante muchos siglos, con su propia dinastía reinante que luego fue la de toda la monarquía británica, lo único que se valora por estos pagos es que van a votar como un solo país, como un ente territorial diferenciado. Y en eso consiste la gran cantada de Cameron: con el solo hecho de que puedan votar como sujeto político por su propia independencia, ya ha concedido al independentismo escocés todo lo que ansiaba obtener desde un principio, aparte de cuál sea el resultado. La puerta de la autodeterminación ya está abierta y sólo es cuestión de repetir la jugada hasta la victoria final. ¿Con qué argumento se les va a negar volver a intentarlo de nuevo si el resultado no es catastrófico en su contra, como previsiblemente no lo va a ser?
Se aduce como explicación a la cantada de Cameron que el Partido Nacional Escocés (SNP) ganó unas elecciones por mayoría absoluta con esa promesa expresa a su electorado y que, por tanto, no había más salida que concederle el tan ansiado referéndum. Pero es que en las negociaciones para el referéndum también Salmond ofreció la posibilidad de más autonomía para Escocia, preferida incluso entre sus propios votantes, y Cameron se la negó, pensando que haciéndoles optar por la independencia ganaba la partida. Y ahora, ante el repunte del ‘Sí’ que ofrecen las últimas encuestas, es con más autonomía como piensa atraer para el ‘No’ a muchos indecisos: nueva cantada que le vuelve a poner en evidencia.
En cualquier caso, la estabilidad territorial en Europa queda cuestionada de raíz con estadistas como Cameron que, como ocurre tradicionalmente con los ingleses, no ven más allá del Canal de la Mancha, como si ese estrecho brazo de mar les librara de mayores compromisos. La incitación está servida y la delegación vasca se apresta a asistir al acontecimiento de una región que, con muchísima menos autonomía que Euskadi, se dispone a votar por la independencia. Para que luego digan que los nacionalismos lo tienen difícil para destruir estados, teniendo políticos como el Cameron de la Isla de Gran Bretaña que les ponen el camino tan expedito.
En España hay que recordar que Rodríguez Zapatero, mientras encendía la mecha del polvorín catalán, posibilitando una reforma del Estatuto con la audaz promesa de avalarlo en el Congreso, se negó expresamente a que el plan Ibarretxe, con su referéndum incorporado, prosperara. Y esto último es algo que nadie recuerda ahora del anterior presidente, ni siquiera como atenuante de la desoladora herencia que dejó. No obstante, en este punto Rajoy le ha tomado el testigo, dando también el no, en su caso a Artur Mas.
La conclusión es que nuestros presidentes de Gobierno no dejan que los nacionalismos culminen su ciclo natural con la independencia. Y entonces la pregunta es obvia: ¿por qué se ha dado en España tanta manga ancha en todos los sentidos a los nacionalismos para que luego, cuando llegan al último peldaño de su natural despliegue, esto es, a pedir la independencia, con una sociedad mayoritariamente proclive detrás, gracias al continuo adoctrinamiento al que la han sometido, les frustren todas sus expectativas negando en seco lo que una gran mayoría de dichas sociedades pide?
Las nacionalidades irredentas vasca y catalana, que quieren convertirse en estados y que ansían el puente de plata que Cameron concede a Salmond, no tienen nada que ver con Escocia, ni por historia, ni por presente. Una Escocia con niveles de renta inferiores a los ingleses y que comprueba cómo en Inglaterra no solo les siguen mirando por encima del hombro sino que hay encuestas incluso favorables a que se independicen. Tampoco en Euskadi y Cataluña hay un sentimiento nacional como el escocés, tan coherente en el sentido etnográfico de la palabra, puesto que en Escocia no hubo nunca inmigración inglesa. Si hasta el propio Artur Mas se pasma cuando constata que, en la Cataluña que ahora pide la independencia, un 70% son o nacidos fuera o con el padre o la madre de fuera.
¿Qué clase de Estado hemos construido durante la Transición, para que las dos regiones que se han llevado el grueso de las migraciones interiores, contribuyendo tanto a que España sea un país avanzado, generen unos nacionalismos mayoritarios gracias al apoyo masivo de esa inmigración? Teniendo en cuenta que, en un principio, esos mismos nacionalismos trataban a los inmigrantes como invasores. ¿Y cómo es que quienes proceden de otras partes de España pidan en Cataluña y Euskadi la independencia respecto de la misma tierra que les vio nacer, a ellos o a sus padres? El gran Camarón ya era leyenda cuando falleció en Badalona, sin imaginar siquiera que tantos andaluces como él, que viven y trabajan allí, iban a pedir ahora la independencia para Cataluña. Frente a tal contradiós, ¿qué haría Cameron en Moncloa? Seguro que nos daba otra sorpresa.
JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO – 14/09/14