Daniel Reboredo-El Correo

  • Rusia y China se suman a quienes declaran la guerra a otros como medio legítimo

El orden mundial nacido tras la Segunda Guerra Mundial se está desmoronando por momentos bajo episodios continuados de desorden, confusión, desconcierto, cambio, caos e inestabilidad. La guerra está presente en diferentes partes del mundo, incluso en Europa, y un nuevo conflicto mundial es hoy mucho más probable que en las últimas ocho décadas. Lo que tras el colapso del bloque soviético fue una prerrogativa de la única superpotencia militar (EE UU), la de librar guerras e intervenir militarmente en otros países, ya no es así, y otras grandes potencias con aspiraciones al rango de superpotencia mundial, como la actual Rusia y la República Popular China, se han sumado a quienes declaran la guerra a otros estados como medio político legítimo. Rusia libra una gran guerra en Europa y se prepara para futuros conflictos bélicos. China, la del guante de seda, no tardará en hacerlo en Taiwán. El liderazgo estadounidense no se ha desvanecido, pero sí la capacidad de imponer su voluntad política por doquier.

De esta nueva situación nace una época en la que la incertidumbre se ha adueñado de la geopolítica mundial. Un período inseguro y borroso definido por la transición de situaciones mundiales conocidas a otras desconocidas, en la que se cuestiona todo orden posible y ninguno nuevo parece factible ni lícito. Ni el unipolar, liderado por una superpotencia indiscutible que pueda y quiera actuar como guardián del orden mundial; ni el multipolar, que aspire a reinstaurar el ‘grupo de grandes potencias’ que existía en la Europa del siglo XIX y que se limitaría hoy a sus áreas de influencia mutuamente reconocidas.

La mayoría de las democracias occidentales, potencias o no, abogan por el mantenimiento y la defensa del orden internacional fundado en las normas reconocidas del derecho internacional. Pero hace ya bastante tiempo que dichas normas se deterioran y cuestionan, tal y como reflejan los casi sesenta conflictos armados que están vivos en el planeta y que enfrentan a más de noventa países (Ucrania, franja de Gaza, Yemen, República Democrática del Congo, Sudán, Somalia, el Sahel, etc.). La larga crisis cíclica neoliberal, que no final del sistema capitalista, iniciada en 2008, explica gran parte de estos enfrentamientos bélicos, así como las tensiones internas que viven países estables como los occidentales. Es esta una crisis que combina múltiples causas: económicas (inestabilidad financiera, aumento de la deuda pública y privada, volatilidad de los mercados, incremento de la desigualdad y la pobreza, etc.), medioambientales (explotación sin límites de los recursos naturales, crisis climática), sanitarias (debilitamiento de los sistemas sanitarios y sociales de salud) y políticas (progresiva decadencia de la superpotencia estadounidense, debilidad del proyecto europeo que se refleja en el auge de las posturas extremas en la Unión), y de ahí su gravedad y trascendencia.

Y en esta coyuntura ¿qué potencia o qué grupo de potencias pueden asumir las riendas mundiales? ¿Cuál de ellas podrá sostenerlas con firmeza? ¿Alguna se arriesgará más allá de preservar el ‘statu quo’ o la vuelta al anterior? ¿Quién quiere y puede desempeñar este rol? Para evitar la vuelta a la anarquía de los Estados nación alguien tiene que hacerlo y más si tenemos en cuenta que ni el ensayo de un orden internacional como el nacido en 1945, ni el transnacional de la UE, han fracasado, aunque presenten muchas deficiencias. Ni ASEAN, ni los BRICS, ni la Liga Árabe, ni Mercosur, ni la OCDE, ni la Unión Africana, etc. tienen el nivel y la fuerza suficiente para liderar un empeño como este. Solo la UE podría desempeñar este papel si dejase de ser un enano político y superase la fase de los egoísmos nacionales. Si se completase el proceso (unión bancaria, unión de defensa, unión de derechos y libertades, unión financiera, unión fiscal, unión del mercado laboral, unión social, etc.) sería por fin una potencia global y podría postularse como superpotencia garante del orden mundial, algo hoy por hoy muy lejos de la realidad.

Necesitaría un cambio radical respecto a lo que vemos y conocemos, una pléyade de ‘paisitos egoístas’ cuya mentalidad se queda en sus fronteras. La inconclusa Unión es la esperanza de Occidente, lo quiera o no, la única que puede enfrentarse a la proliferación de particularismos político-culturales que se presentan como mutuamente excluyentes, comenzando por la ofensiva neoliberal que no reconoce más que «individuos» en tanto sujetos naturalmente egoístas y continuando por el hecho de que las clases dominantes ya no ocultan que se han desentendido de algunas comunidades, condenadas sin más a su exterminio forzoso, y ya no aparece siquiera la necesidad de justificar las masacres en nombre de alguna presunta conciencia y humanidad. Aunque la precariedad atroz y el pavor del momento actual parecen aterradores, esa incertidumbre siempre ha estado ahí de forma más o menos visible.