Daniel Reboredo-El Correo

  • Nuevas formas de democracia deben hacer retroceder a la ultraderecha antes de que destroce, una vez más, Europa

La crisis de identidad que debilita la Unión Europea se ha visto fortalecida, nos guste o no, por la apuesta que los ciudadanos europeos realizaron en las pasadas elecciones por el mayor enemigo del proyecto comunitario: la ultraderecha política. Poco a poco, y con la aquiescencia y los errores de quienes rigen las instituciones europeas y sus políticas, la serpiente se ha ido multiplicando tras dejar unos huevos que cada poco tiempo van eclosionando. Problemas estructurales no resueltos (derrumbe del poder adquisitivo, desigualdad, seguridad, migración, consecuencias calamitosas de la guerra ruso-ucraniana…) justifican y avivan la brasa del presente y del futuro de una Unión confusa y desconcertada. Que uno de cada cuatro electores apoye esta opción es para hacérselo mirar.

Por otra parte, la derecha mantiene su fuerza anterior y los socialdemócratas, los liberales, los verdes y la izquierda radical sufren un batacazo que intentan minimizar con declaraciones tan rimbombantes como falsas. Que se mantenga la actual alianza entre democristianos, liberales y socialdemócratas, claramente proeuropea, es vital para que la Unión no se resquebraje. La consulta electoral ha generado también una profunda herida en el eje franco-alemán, columna vertebral de la Unión y locomotora económico-financiera del proyecto comunitario.

Indudablemente, la remembranza de una Europa ‘en una disyuntiva’ es un lugar común en la historia de la Unión, pero las cuestiones del momento no deben hacernos olvidar las perturbaciones experimentadas por la construcción europea desde sus inicios, aunque los tiempos actuales exijan enfrentarse a crisis y desafíos que han debilitado la estructura comunitaria (Brexit, euro, exiliados, covid, invasión rusa de Ucrania, desafíos al Estado de Derecho por Hungría y Polonia) y que han puesto a prueba sus políticas comunes.

El futuro comunitario se juega en varios frentes, sobre todo en los de la austeridad, el clima y la guerra. De la manera de enfrentarlos dependerá que Europa sea dependiente y vulnerable o fuerte y resolutiva. Recordemos que la Unión es aún una edificación a medio hacer y está lejos de ser una gran potencia en la escena internacional. Su universo regulatorio está resultando anticuado y caduco frente a la animosidad y el resentimiento contra las desigualdades de poder y riqueza, frente a la exacerbación de los riesgos ambientales y de salud y frente al incremento de las interdependencias claramente explotadas por otras potencias que pretenden remodelar el orden internacional para su beneficio.

En un mundo que atraviesa una turbulenta fase de cambios geopolíticos, tecnológicos y climáticos que plantean graves riesgos, ¿tendrá la UE los medios para controlar su destino colectivo e influir en la seguridad humana a escala global o se verá obligada a vincular su destino al de actores más poderosos? ¿Podrá la Unión superar la limitación del espacio supranacional propiciada por la fragmentación del espacio europeo?

El creciente fenómeno de la extrema derecha en la Unión desde hace varias décadas y el peso que está adquiriendo en el proyecto europeo nos obliga a inventar nuevas formas de democracia y de vida política si queremos ver su retroceso sin que dé paso a algo mucho peor: la violencia, el odio y la guerra. Debemos hacer oídos sordos a sus críticas, protestas y denuncias, sin que incomoden el proyecto común su propia corrupción y las vilezas que lo salpican, y, sobre todo, tenemos que evitar que logre llegar electoralmente al poder. Solo frenando a la ultraderecha impediríamos que las fuerzas del mal y sus élites destrocen, una vez más, Europa. Para ello, nada más efectivo que reinventar y relanzar la democracia y el tratamiento político de las discrepancias, que constituyen la diversidad y el pluralismo de toda sociedad.

La capacidad de que la Unión se transforme a sí misma puede pasar también, además de por la profundización de las reformas y cambios, por la incorporación de nuevos miembros al club europeo. Ante la tumultuosa realidad mundial puede ganar fuerza y cohesión, algo imprescindible en los tiempos que corren. Y ello es así porque la reforma de las instituciones que reclama la ampliación es, en esencia, independiente de la necesidad de una integración más profunda en ámbitos estratégicos (energía, defensa, sanidad, digitalización, cadenas de suministro, espacio, industria…) en respuesta a los formidables retos planteados a la UE por la amenaza rusa, la rivalidad china, la IA, la inmigración, las pandemias y, por supuesto, el calentamiento global.

El proyecto de paz se convierte en proyecto de poder, y la ampliación forma parte de ese movimiento frente al que se han movilizado siempre las fuerzas populistas y de extrema derecha. En las recientes elecciones también estaba en juego esto, además del tipo de modelo de sociedad que queremos para el futuro.