EL PAÍS 22/04/14
· Frente a la intentona de Mas de montar una consulta, Urkullu quiere negociar antes de votar
El presidente del Gobierno vasco, Iñigo Urkullu, está preocupado por la frustración que puede provocar el camino unilateral escogido por los independentistas catalanes. Tiene motivos para sentirse inquieto, porque el fracaso de la experiencia catalana golpearía las expectativas de los que vinculan el futuro de Euskadi a más autogobierno. El domingo pasado, Urkullu volvió a empuñar la bandera de la patria vasca; lo hizo sin reivindicar el Plan Ibarretxe y marcando distancias, tanto con la izquierda abertzale como con los soberanistas catalanes.
Ahora bien, el lehendakari debe hacer gala de pragmatismo no solo en cuanto al método. Por mucho que la celebración del Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca) propicie la exageración retórica, no se puede dibujar la actual realidad española con el trazo grueso de la letanía franquista sobre la patria (“una, grande y libre”), como si de nada hubieran valido la Constitución, las comunidades autónomas y, muy claramente en el caso vasco, la autonomía fiscal. Una jornada de exaltación identitaria no autoriza a juzgar el camino, recorrido conjuntamente, con tanto reduccionismo y menosprecio.
Otra cosa es que Urkullu se sienta mal atendido o comprendido por el gobierno de Mariano Rajoy —que de forma inexplicable sigue dejando al ministro de Exteriores la reacción a las propuestas nacionalistas—. La vía del PNV necesita del PP para dialogar y acordar reformas políticas, una condición nada evidente. Más fácil puede resultarle con el PSOE, aunque es cierto que Urkullu habla de confederalismo, un concepto con muy pocos referentes internacionales, mientras el PSOE propone una reforma federal.
El indicio de que Urkullu no está pensando en provocar fracturas sociales es su invitación a los no nacionalistas a participar en el Aberri Eguna, lo cual ya existió antes de que el radicalismo de la izquierda abertzale por un lado y la acentuación soberanista del nacionalismo, por el otro, crearan fronteras entre demócratas. Por lo demás, insistir en Europa como gran meta de una serie de países separados no deja de ser un contrasentido: para tener fuerza hay que sumar, nunca dividir.