IGNACIO CAMACHO-ABC
- El PP necesita que la campaña no se mueva del marco plebiscitario. Y los pactos autonómicos se han vuelto un obstáculo
Un proceso de negociación se mide y se juzga por cómo acaba, no por cómo empieza. En el arranque no hay que extrañarse de que las partes midan su fuerza con aparentes posiciones de intransigencia. El forcejeo de Extremadura y Murcia es en ese sentido fruto de la coincidencia con la campaña de elecciones generales, atravesada en la cabeza de los jerarcas del PP y de Vox como un camión en medio de la carretera. A los populares les pesa la precipitación con que gestionaron el acuerdo de Valencia, derivada de la falta de un modelo centralizado de toma de decisiones estratégicas que permitió a los dirigentes levantinos actuar por su cuenta. El resultado de esa operación, identificada como un error en los pisos altos de la calle Génova, ha repercutido de forma directa en la deliberada tensión de las conversaciones para gobernar la comunidad extremeña. Feijóo y su entorno han optado por tomar las riendas con la mirada fija en las encuestas, y compensar las prisas anteriores levantando ante el partido de Abascal una barrera de firmeza. Quizás hasta el 24 de julio no sea posible saber si se trata de unas ‘calabazas’ sinceras o de una impostada sobreactuación de conveniencia, aunque la contundencia dialéctica empleada por María Guardiola para marcar distancias le pone muy difícil el camino de vuelta. Al menos si a ella y su jefe les importa que no los persigan, como a Sánchez, las hemerotecas.
El compromiso valenciano facilitó a los socialistas un argumento con el que tomar aire en una carrera de evidente cariz desfavorable. El Gobierno y sus adláteres son conscientes de que la alerta contra la unión de las derechas no va a asustar a nadie tras una legislatura de alianzas Frankenstein; lo que les interesa es cambiar los ejes del debate, alejar el foco de Sánchez y, si aún es viable, frenar el trasvase de una parte significativa de sus votantes. Este último efecto no está claro; puede suceder que el temor a un Vox crecido aumente el voto útil al PP de muchos electores socialistas decepcionados, como ocurrió en Andalucía hace justo un año. Pero el propio Feijóo parece contrariado ante la posibilidad de que su política de pactos se le vaya de las manos y las dudas sobre su capacidad de liderazgo empañen el escaparate del resonante éxito de mayo. Consumada esa victoria, la configuración del poder territorial se ha convertido en un asunto secundario ante el objetivo esencial de obtener el 23J el mayor número posible de diputados. Para eso necesita que la campaña no se mueva del marco plebiscitario, sanchismo sí o sanchismo no, que tiene ganado siempre que el presidente no encuentre el modo de neutralizarlo. La cuestión esencial consiste en saber si podrá controlar la estructura orgánica para impedir que sus ‘barones’ le abran grietas en los flancos. Será un equilibrio delicado pero ya se sabía que no iba a resultar fácil la ruta del cambio.