Luis Ventoso-ABC

  • Al borde de la tercera ola, el responsable da la espantada por partidismo

Si volviese a la vida el divino Valle-Inclán y escribiese «Luces de bohemia 2», el género del esperpento se le quedaría sobrio para el tiempo político presente. El sanchismo ha edificado una ocurrente corte de los milagros, donde cada día se opera un nuevo prodigio esperpéntico ante la abulia de un público bien pastoreado por su imperio televisivo. Todo es insólito. Pero ya todo se ve «normal».

El martes, el presidente se inventa una autoevaluación de su gestión para concederse un sobresaliente a sí mismo ante las cámaras, con una lisérgica rueda de prensa con toda la trompetería monclovita. Allí da a entender que indultará a los presos sediciosos, al tiempo que anuncia que estrechará el acoso de su Gobierno al Rey mediante nuevas leyes. Para Sánchez, el problema acuciante de España no son los separatistas de mañas golpistas que quieren romperla, sino Felipe VI y la monarquía que defienden su unidad.

El miércoles, nuevo portento. El ministro de Sanidad se apea en marcha de su cargo, en plena batalla contra la epidemia, para irse de candidato a la presidencia de Cataluña en las elecciones del 14 de febrero. Si Salvador Illa lo estaba haciendo tan maravillosamente bien como se pregona desde el coro socialista, ¿es responsable que dé la espantada cuando por desgracia las reuniones navideñas pueden provocar una tercera ola a mediados de enero?, ¿es leal que plante la nave cuando está comenzando el importantísimo proceso de la vacunación, que en teoría él pilotaba?

El problema es que en el fondo da exactamente igual que Illa deje el ministerio, por tres motivos: 1) La razón por la que Sánchez lo hizo ministro no fue para que se ocupase de la sanidad, materia de la que nada sabía este filósofo, de profesión apparatchik del PSC. Lo eligió para que operase como embajador monclovita para temas catalanes. 2) Desde finales de junio, Sánchez traspasó la lucha contra el Covid a las comunidades y en realidad Illa era un florero de grato tono flemático, atildado flequillo y evanescentes tareas. 3) Cuando sí llevó personalmente la crisis sus resultados fueron pésimos: equipó tarde y mal a los sanitarios, reaccionó a destiempo, nos mintió con los inexistentes «comités de expertos» y se marcha ocultándonos la cifra real de muertos, 77.600 según el INE y 50.442 según su ministerio.

¿Cómo puede Salvador Illa haberse prestigiado en Sanidad cuando somos el tercer país del mundo con más muertos por millón de habitantes? Pues puede, porque hoy en España los hechos se desvanecen ante el rodillo de la propaganda. Para su público, Illa sale reforzado de esta crisis y su paso por Sanidad constituye su mejor aval para competir en Cataluña.

Haber utilizado como plataforma electoral una crisis en la que han muerto 77.600 españoles, que haya dedicado parte de su tiempo a preparar los comicios catalanes mientras el Covid nos acorralaba, me parece una obscenidad. Pero debo ser un friki de ideas raras extraviado en el feliz consenso progresista.