ES TRISTE que los 40 años de libertades democráticas en España se hayan celebrado con retraso porque se interpuso la moción de censura del Chiko de la Cheka. Más triste aún que, aterrados por el qué dirán Podemos y sus tele-comandos, las Cortes no invitaran a Juan Carlos I, habilísimo conductor de la Transición de la Dictadura a la Democracia, con guión de Torcuato Fernández-Miranda y sobresaliente actuación de una torcuatesca criatura, Adolfo Suárez, que luego escapó a su control y al del Rey, de ahí el 23-F. Pero la fanfarria de la orquesta y coros La Plurinacional, es y suena infinitamente peor que la orquesta, tan desafinada a veces, de estos 40 años de régimen constitucional, que sólo pueden despreciar los niñatos que no vivieron la clandestinidad. Felicitémonos como españoles, para variar. Aunque al modo etarra o podemita muchos pintan la Transición como un episodio oscuro, fue una luminosa hazaña cívica, nacional, histórica. Por eso debería haber estado Juan Carlos I, pese a Campechano.
Ana Pastor, cuyo discurso complugo al Gran Timonel venezolano-iraní –que no sabe cuándo se escribió Campos de Castilla pero da clases de machadismo de oídas junto al defraudador Echeminga, otro profesorcete– lamentó en público la ausencia del Emérito, como si lo que hace el Rey no pasara por la Moncloa. La soberanía nacional, sita en Las Cortes, está por encima del Jefe del Estado y del Gobierno. De creerlo Pastor, bastaba con invitar a Juan Carlos y, naturalmente, a Sofía, que hace 40 años estaba allí.
La tragedia de España, que mañana debería recordar los 20 años de la liberación de Ortega Lara, está en el desnortamiento mediático. Se olvida que fue Campechano el que, oliéndose el discurso censor del hijo y la ovación a la legítima, se inventó el protocolo de incompatibilidad entre reyes para no ir a la coronación de Felipe VI. El sol de Austerlitz ya se había puesto en Waterloo (Botswana).
La Corona estaba en las Cortes porque estaba el Rey. Pero el respeto de Campechano a la institución es tal que sólo le faltó llamar a Sálvame para quejarse, y porque no hay Deluxe. Es triste que el gran discurso del Rey en defensa de la ley como única garantía de la libertad sólo tuviera el eco siniestro de la checa morada. Pero cuando se firma la Ley de Memoria Histórica, no cabe quejarse de desmemorias.