Cancelar a Picasso

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Me ofrezco voluntario para esconder algún vestigio picassiano antes de que el neopuritanismo proceda a repudiarlo

Estimados intelectuales feministas y/o de izquierdas: si vais a cancelar, deconstruir o repudiar a Picasso porque se portaba mal con sus mujeres –que lo hacía, eso está claro–, aquí tenéis un humilde voluntario para quedarse con alguno de sus cuadros antes de que procedáis a denigrarlos. Si estáis dispuestos a olvidar que es su obra, no su vida, el elemento esencial de este cincuentenario; si pensáis aplicarle al genio una revisión crítica descalificadora al gusto del nuevo moralismo puritano, este articulista se ofrece para ocultar en su casa bajo siete llaves cualquiera de esos retratos inaceptables en el paradigma ético contemporáneo. Prometo hacerme cargo de él para esconderlo en el ámbito estrictamente privado, sólo para mis ojos y lejos de cualquier alma pudorosa que pueda sentir como un agravio la cercanía circunstancial de tan desagradable vestigio del más rancio y agresivo patriarcado.

Picasso era un maltratador, cierto, y ni entonces ni ahora constituye un ejemplo de respeto a las damas. Las seducía, o más bien las fascinaba con su arrolladora personalidad, su talento magnético, su inspiración desatada; las convertía en modelos inmortales desestructurando sus rasgos en una perspectiva revolucionaria, y luego, o al mismo tiempo, las sometía a un desdén tiránico, displicente, sombrío, a veces violento, que disipaba toda su magia. Un misógino de manual, y además le gustaban los toros y sentía por el mito del Minotauro una evidente sugestión falocrática. ¿Y bien? Caravaggio fue un asesino; Gauguin, un menorero; Leonardo, un pederasta. Si la historia del arte, la música o la literatura fuese mutilada de las biografías poco edificantes quedaría reducida a unas pocas y aburridas páginas. Ésta no es la conmemoración de la tortuosa psicología picassiana sino de la renovación creativa que cambió para siempre la pintura mediante la reinvención de la mirada.

Quizá lo salve del revisionismo integral en boga su ideología de izquierdas, esa militancia que Dalí parodiaba –«Picasso es comunista, yo tampoco»– con una mezcla de mala leche y agudeza. Aun así será difícil que se libre de una sentencia dictada por los tribunales de la mentalidad políticamente correcta. El revisionismo ha abierto la veda y la efeméride estará salpicada de debates reduccionistas que pondrán su figura bajo sospecha y torcerán el sentido de una producción artística vastísima, compleja en busca de detalles incompatibles con la sensibilidad moral moderna. Va a resultar inevitable que el dogmatismo le coma terreno a la reflexión estética y que las jóvenes generaciones enfoquen al pintor bajo un prisma pedagógico de controversia. Si el veredicto acaba en condena, uno ofrece su modesta vivienda para salvar de la quema algún lienzo, un grabado, una cerámica: lo que sea. Bajo el firme compromiso de disfrutar a solas de su tormentosa, expansiva, arrebatadora belleza.