EL MUNDO 03/05/13
SANTIAGO GONZÁLEZ
Como siempre hemos sido dados a los debates esencialistas, los problemas económicos de España se nos reducen, por nuestra parte liberal, a la reducción del sector público, y por la socialdemócrata, a su mantenencia o crecimiento. La derecha critica a Rajoy por su indecisión para recortar el gasto y reducir la Administración. La izquierda es más de nomeneallo y subir impuestos, aunque no por eso renuncie a criticar las subidas de impuestos en cuanto suponen incumplimiento de las promesas electorales del PP.
Hay que acometer «una reforma radical y sin precedentes de las Administraciones públicas», escribía en su blog Esperanza Aguirre, a la espera, quizá, de plantearlo en el Comité de su partido el lunes. Si tal ocurriera, también seguramente tendría (ella y todos los ciudadanos) una respuesta cabal del presidente.
En algo tiene razón Aguirre. Cuando se incumple tan largamente el programa electoral y se imponen políticas de ajuste duro es preciso un relato para explicar por qué, no vaya a parecer que el Gobierno incurra en imprevisión. Haber recibido las cuentas trucadas no es excusa suficiente; debían esperarlo a juzgar por los precedentes.
También tiene sus razones el Gobierno al tentarse la ropa antes de acometer una reducción aún más drástica de la que ya ha hecho en la función pública: 370.000 empleos en 16 meses. Recordaba Espada que ni Aznar ni Zapatero lo hicieron en tiempos de bonanza y tiene razón. No lo hizo Aznar; de Zapatero no había por qué esperarlo.
Pero es así la condición humana: los grandes y drásticos remedios se adoptan cuando estamos instalados en los grandes males y no en los tiempos prósperos.
Estamos entre la escopeta de feria o el tulipán socialdemócrata
¿Y si estuviéramos enredados en un debate perverso? La cuestión no está en un tamaño del sector público menor o mayor, sino en su eficacia. Una reducción drástica del funcionariado impuesto por motivos políticos saneará la Administración y la dotará de agilidad y eficacia.
No está claro, en cambio, que la entrega de ese ahorro a las familias vaya a producir efectos más beneficiosos que si fuera a la inversión productiva pública (en línea con las recomendaciones del FMI) con un efecto multiplicador que compensaría sobradamente y a corto plazo el recorte de tantas plantillas tan infladas.
Paul Samuelson acuñó la disyuntiva cañones o mantequilla para explicar el coste de oportunidad. La política económica es un traje que siempre tira de la sisa y hay que optar. La cuestión es que su ejemplo estaba en la frontera de las posibilidades de producción, y la economía española no. Nosotros estamos más cerca de optar entre la escopeta de feria y el tulipán socialdemócrata, que, como siempre hemos sabido, lo hace todo más apetitoso.
Entre las dos opciones cabe la reasignación de recursos y la consiguiente mejora de la eficacia. Y del empleo.