FRANCESC DE CARRERAS-EL CONFIDENCIAL

  • Asustados, hemos obedecido a las autoridades, nos hemos recluido en casa encontrando a faltar saludos, abrazos y besos de familiares, amigos, vecinos y conocidos

El conocido instituto de opinión Metroscopia, basándose en los pertinentes sondeos, empieza así una breve y sustanciosa nota sobre la confianza de los españoles en nuestro presente y en nuestro futuro: «El persistente pesimismo y la desesperación latente sugieren que España es hoy un país cansado y necesitado de certezas». Y en las últimas líneas concluye con el siguiente diagnóstico: «La sociedad española muestra signos de fatiga y desesperación en su ánimo colectivo».

Pronto hará un año que la pandemia fue declarada oficialmente. Tuve conciencia de esa realidad el lunes 9 de marzo cuando al entrar por la mañana en mi correo comprobé que me habían anulado dos reuniones previstas para el día siguiente. En el diccionario busqué la diferencia entre epidemia y pandemia: la una se propaga durante algún tiempo en un país, la otra se extiende a muchos países. La pandemia pronto adquirió carácter global, ha llegado hasta al más remoto rincón del mundo.

Asustados, hemos obedecido a las autoridades, nos hemos recluido en casa encontrando a faltar saludos, abrazos y besos de familiares, amigos, vecinos y conocidos. No habíamos pensado que estos gestos rituales nos hicieran tanta falta, que no eran puramente mecánicos, como quizá creíamos, sino una necesaria expresión de afecto, de educación, entrañables signos de hondas emociones y sentimientos. Algo hemos aprendido, no sé si seremos mejores, no confío en ello, pero seguro le daremos más valor a estos gestos de amistad, de cariño, de amor.

Desde el punto de vista sanitario la sensación actual es de esperanza, especialmente debido a la vacunación, ahora sí quizás estamos venciendo a la pandemia. Ojalá. Pero el pesimismo, la desesperación y el cansancio que señala Metroscopia se han trasladado a las negras perspectivas económicas y sociales que se avecinan: las vacunas sirven para combatir al virus, pero no solucionan la devastadora crisis social en la que ya estamos y que no ofrece signos de mejora sino todo lo contrario. Como afirma la nota de Metroscopia, estamos necesitados de certezas, de certezas positivas, que nos suministren confianza. Pero se está apuntando hacia lo contrario: las manifestaciones en favor del hasta ahora desconocido rapero Hasél –y en contra de las decisiones de los jueces– son un ejemplo del rumbo que puede llegar a tomar este país en los próximos tiempos.

En efecto, las certezas que necesitamos no son las que están a la vista. Empezó la semana con unos resultados electorales en Cataluña que demostraban que nada ahí había cambiado. A pesar de que a algunos les extrañe, las aventuras sentimentales –también en las relaciones personales– son difíciles de curar y una buena parte de los catalanes están todavía en esa aventura que tanto nos perjudica a todos –empezando por ellos mismos– y otra buena parte, fatigados y hartos, se desentienden del problema. Cataluña sigue siendo una comunidad sin ley; si hay acciones violentas diarias, como hemos visto estos días, las autoridades atribuyen la responsabilidad a la polícía, a su policía autonómica. ¿El colmo de la insensatez es posible? Por supuesto.

Pero no es solo en Cataluña; también para Madrid, Valencia, Valladolid y muchas otras capitales ha sido una semana de cristales rotos, contenedores incendiados, policías agredidos y comercios asaltados. Con el portavoz de uno de los partidos del Gobierno alentando a los violentos, tratándolos de «antifascistas» cuando lo más parecido a los verdaderos fascistas, los de los años veinte y treinta del siglo pasado, son precisamente ellos, cuando anidaba en Alemania y en Centroeuropa el huevo de la serpiente que condujo a la barbarie de la guerra y el holocausto. Volvamos a ver la película ‘Cabaret’ para comprobarlo.

No estamos ni política ni psicológicamente preparados para hacer frente a los tiempos venideros, sean meses o años. Falta liderazgo en unos y sobra deslealtad democrática y constitucional en los otros. Y estos otros están juntos y revueltos con los unos, todos unidos por una ambición de poder que demostraron para hacer frente común a Rajoy en la moción de censura de 2018 que condujo a Sánchez a la presidencia del Gobierno, desde la cual no pudo gobernar y, tras convocar eleccciones por dos veces, volvió a pactar con los mismos pero esta vez con el enemigo dentro, como se comprueba cada semana.

¿Cuándo se dará cuenta Pedro Sánchez de que los que alientan la violencia estos días en las calles de Barcelona y Madrid son sus socios, quienes dan soporte a su Gobierno en el Congreso, sean populistas nacionalistas o populistas sociales; cuándo se dará cuenta de que todos quieren derrumbar el sistema constitucional como lo intentaron Tejero y Milans del Bosch el triste 23-F del que el martes se cumplen cuarenta años?

Los violentos sucesos de estos días no presagian nada bueno. Una sociedad cansada y pesimista es el mejor caldo de cultivo para dejar el campo libre a los simplemente airados, a los que hace unos años se les llamó indignados. La ira es comprensible dada la actual situación de muchos o el negro porvenir de otros. Eso es evidente. Pero también lo es que simplemente con la ira, ese sentimiento negativo, no se va a ninguna parte, no hay modo de poder solucionar los problemas ante los que nos encontramos. Hace falta inteligencia, concordia, confianza, pactos, razón. Sin ellos retornaremos a la Alemania de hace un siglo.