JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 20/10/14
· Quizá el hastío no provenga del autogobierno, sino de esa melancolía de querer siempre lo que no se tiene, de no reconocer la bondad de la situación vivida.
Hace no tanto tiempo, cuando la globalización no era la fuente de casi todos nuestros males, el nacionalismo era capaz de articular su argumentación basándose en que la globalización sólo era posible si, al mismo tiempo, implicaba un refuerzo de lo local, especialmente de lo local que no era Estado –todavía–, pues los actuales Estados nacionales eran demasiado grandes para los problemas pequeños y demasiado pequeños para los problemas grandes. Pero esos tiempos parece que han pasado. Ya no parece necesario argumentar de forma objetiva, sino que basta con expresar sentimientos. El último sentimiento para apoyar las reclamaciones nacionalistas es el cansancio.
Mucha gente está cansada del autogobierno que tiene Euskadi. Este autogobierno no despierta ilusiones. El autogobierno vasco está agotado, o al menos los vascos, muchos vascos están agotados con él, no le ven futuro porque no les ilusiona. Y si existe este cansancio, si existe este sentimiento de agotamiento, habrá que cambiar las cosas, se necesita algo nuevo que despierte una nueva ilusión. Y eso nuevo es: más autogobierno, un nuevo estatus en las relaciones con España, de igual a igual, con competencias blindadas para ser una nación en Europa.
No cabe duda que no pocos nacionalistas sentirán ilusión cuando oyen esas palabras, aunque la duda debe estar permitida de que lo que les cause ilusión sea el simple acrecentar el autogobierno, o más bien el subir un peldaño más que les acerque a su final realmente deseado, a su verdadera ilusión, la independencia, y más que en su sentido positivo, en el negativo, soltar por fin las amarras de la España percibida como estorbo para desarrollar su propia identidad.
Pero volvamos al cansancio, al sentimiento de cansancio y de falta de ilusión. ¿Qué es lo que realmente produce cansancio? ¿El autogobierno actual, el nivel de autogobierno que goza Euskadi o este autogobierno, la concreción de la capacidad de autogobierno que posee la comunidad política vasca? ¿Están muchos vascos cansados del nivel de autogobierno o de que sean siempre los mismos los que ejercen el grado de poder nada desdeñable que tiene Euskadi? ¿Estarán los vascos cansados de ser los primeros en todo, especialmente en gasto –en enseñanza, en la universidad, en sanidad, en televisión– sin que los resultados PISA lo reflejen, pues nos dejan detrás de los resultados Castilla-León, terceros en sanidad, con una universidad que se maneja en la media en resultados globales, pero está en el pelotón de cola si se mide la efectividad de los recursos a disposición? ¿Estarán los vascos cansados de contar con una financiación del gasto público por habitante en relación a la media del Estado que no está cubierta, ni de lejos, por nuestra mayor producción de riqueza? ¿Estarán algunos vascos cansados de que el Estado cierre el déficit de más de 2.000 millones de euros en la financiación de las pensiones? ¿Qué es lo que realmente produce cansancio al personal?
Si no se contestan estas preguntas es inútil seguir adelante. Porque el eslogan que machaconamente se repite después de constatar el cansancio sin matices es que es preciso avanzar para aumentar el autogobierno. Si hay cansancio a alguien se le podría ocurrir la propuesta de probar con una centralización como es debido: podría ser algo nuevo después de tantos años de autonomía. Si hay cansancio alguien podría proponer hacer cosas distintas con las mismas competencias: si tenemos radio y televisión vascas, no repetir los esquemas de programación de las radios y televisiones españolas, por ejemplo, dejar de ser los mejores discípulos de la forma de hacer radio y televisión a la española.
Pero, siguiendo adelante con el análisis, pareciera que la ilusión y el cansancio son categorías políticas de importancia. A uno de los presidentes de Alemania, al primer presidente a propuesta del Partido Socialdemócrata, Gustav Heinemann, un periodista le confrontó con la pregunta de si amaba al Estado, a lo cual respondió: yo amo a mi mujer, y soy leal con el Estado. Maurizio Virolli escribe que el verdadero amor patrio es el amor a las leyes, la lealtad, ése es el amor republicano. Pero ¿cómo puede la ciudadanía vasca desarrollar amor a las leyes, lealtad al Estado, si el partido que ha gobernado prácticamente durante todo el tiempo autonómico Euskadi no ha sido capaz de legitimar el poder que estaba ejerciendo pues ello hubiera supuesto legitimar la fuente última de ese poder, la Constitución española?
Si los gobernantes se sienten frustrados con la situación actual, y transmiten a los ciudadanos esa frustración –una frustración con triple cara: no nos gusta lo que tenemos, pero tampoco estamos en condiciones de conseguir lo que realmente queremos, y además buena parte de los ciudadanos vascos no está por lo que realmente queremos, la independencia– quizá el cansancio no provenga de la realidad del autogobierno –pues se podría decir que Euskadi se encuentra en el mejor de los mundos posibles, haciendo casi lo que quiere, no legitimando la fuente de su poder, pero viviendo de recursos que no son suyos, sino de aquél de quien dice querer separarse–, sino de esa melancolía de querer siempre lo que no se tiene, de no reconocer la bondad de la situación que vive, de alimentar ilusiones fuera del alcance.
Es normal que en esa situación la ciudadanía, o buen aparte de ella, le dé la espalda a la política y se dedique a lo suyo, a vivir lo mejor posible que no están las cosas para bromas, y olvidarse de elucubraciones que sólo persiguen manipular sus sentimientos. Le bastará con esa percepción sencilla, pero peligrosa, que le han inculcado, de que somos mejores que los ‘otros’, que somos distintos, diferentes, y con eso basta. Le bastará con hablar en castellano cervantino, pero despedir con un ‘agur’, y referirse a los padres con el muy español e imposible euskérico ‘mis aitas’.
JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 20/10/14