Iñaki Ezkerra-El Correo
Recordando a Javier Krahe, y como un ejemplo de su genialidad, Joaquín Sabina reproducía hace unos días, en una entrevista, un comentario que el que fue compañero de andanzas musicales durante una importante época de su vida le soltó a su hija Carmela cuando se la encontró por la calle: «Dile a tu padre de mi parte que yo estoy cantando con éxito y estoy también muy bien… ¡y sin aburguesarme!».
Más que una prueba del genio de Krahe, lo que me parece a mí esa velada puya a su amigo es una muestra de la obsesión que tenía esa generación con la dialéctica de clases, con lo que era burgués y no era burgués; con no caer en el aburguesamiento en que esa misma generación acabó cayendo por más que tratara de guardar unas formas antiburguesas.
A Javier Krahe le traté, por amigos comunes, en el Madrid de finales de los años 80, y siempre de saraos, de cócteles, de veladas animadas, de cenas o de copas. Yo no sé qué pensaba él que tenía de proletario o revolucionario ir por los locales de moda de la noche. Quizá consistía en beber de un modo distinto a como lo hacían los ejecutivos y los propietarios de empresas cárnicas, los que él consideraría burgueses en una palabra. No lo sé. Era un tipo que no me caía mal, pero por el que nunca sentí el fervor que él reclamaba. A mis treinta años, me parecía un señor mayor bien situado y pagado de sí mismo. A lo más que llegué es a reconocerle un cierto mérito por haber tenido el valor de desmarcarse de un felipismo que ya se había apoltronado en dos legislaturas y que era el que reinaba en los ambientes que él frecuentaba, lo cual no se le hacía incómodo sino elevaba su estatus. En aquella época, la izquierda era algo más tolerante que hoy y encajaba mejor las críticas.
Era más tolerante, pero no menos contradictoria. Adoraba a la burguesía, o a la ‘pequeñoburguesía’, a la que decía detestar. Sabina, que era hijo de un policía, había ganado muchos puntos ante sus fans casándose con la hija del ministro Oliart como Serrat se había casado antes con la hija de un empresario. O sea, que el verdadero y secreto sueño de un cantautor, de un cantor de la conciencia de clase, era ese aburguesamiento que Krahe le reprochaba a su compañero de los buenos y bohemios tiempos. Krahe era un caso aparte. Presumía de venir de ‘buena familia’ y su ‘desclasamiento noctámbulo’ era una suerte de elección personal y heroica que le otorgaba cierta ‘auctoritas’ ante sus hinchas.
El aburguesamiento, sí. Hay otra diferencia generacional de aquella izquierda con la actual. Tanto los Krahes como los Sabinas valoraban mucho en las chicas la clase social. La valoraban más que el aspecto económico, lo cual puede chocar en una época tan choni como ésta, en la que lo que se valora es el dinero venga de donde venga.