Ignacio Camacho-ABC

  • La confesión de Aldama es el testimonio compulsado de una malla de corrupción con conexiones políticas privilegiadas

El paquete fiscal lo habrá salvado Sánchez en el último recodo del trámite parlamentario pero la confesión de Aldama en la Audiencia lo pone a él, a medio Gobierno y a la dirección del partido a los pies de los caballos. Sí, se trata la declaración de un imputado en busca de alivio penitenciario. Con el mismo grado de credibilidad que la de Bárcenas o la de Granados, tan fiable o infiable como la de Guerrero el de los Eres, como la de tantos involucrados en asuntos de corrupción que desembocaron en una larga ristra de políticos condenados. Ya no es el caso Koldo, ni el caso Ábalos. El sumario tiene un nombre de mayor rango. Y como mínimo, el cante por carceleras del empresario aboca al presidente a una testifical en el juzgado.

Cuando la Guardia Civil señaló a Aldama como el «nexo corruptor» apuntaba al factor común de las diversas tramas que rodean al jefe del Gobierno como una malla. Comisiones por las mascarillas, viajes oficiales en el séquito de un ministro, aterrizaje prohibido de Delcy Rodríguez en Barajas, patrocinios de Begoña Gómez, rescate de Globalia. Un tráfico transversal de contratos institucionales, ayudas millonarias, pagos en especie y en metálico, empresas pantalla, conexiones en México, Venezuela o República Dominicana. Todo presunto por ahora. Todo menos la foto, convertida tras las revelaciones de ayer –«quería conocerme y me dio las gracias»– en testimonio compulsado de una relación privilegiada.

Es frecuente que los corruptos en aprietos se desdigan. Que la manta de la que amagan con tirar para protegerse acabe levantada sólo por la puntita. Que su estrategia exculpatoria mezcle verdades con mentiras. Que una buena parte de las incriminaciones iniciales no resista luego la imprescindible prueba de contradicción y contraste de la justicia. También puede ser así esta vez, pero lo que ya no puede evitar el sanchismo es que su núcleo dirigente, con Su Persona incluida, se encuentre en el ojo de una formidable tormenta política. Un escándalo ramificado como las cabezas de una hidra que en cualquier democracia de cierta solidez ética tendría consecuencias decisivas.

En la nuestra no parece por el momento probable. Los socios que se arracimaron en la moción de censura contra Rajoy se muestran poco dispuestos a plantarse por la cuenta que les trae. Les quedan muchas facturas por cobrar y la debilidad cada vez más flagrante del Ejecutivo facilita el chantaje. Se taparán la nariz para fingir que no les llega el hedor insoportable de esa Moncloa cuyos habitantes se han atrincherado para resistir los embates procesales. La opinión pública ‘progresista’ tampoco es muy proclive a rebelarse cuando los suyos se encuentran en dificultades. Quedan todavía muchos avatares antes de que el círculo de sospechas termine de cerrarse. El epílogo de este relato de aventurerismo irresponsable lo van a escribir los tribunales.