A pesar de todo, PSE y PP tienen razones para estar satisfechos con la normalización que han llevado a cabo de la vida política vasca y a favor de la tolerancia del PNV: la política educativa siguió otro rumbo, la Ertzaintza pudo empeñarse en la lucha antiterrorista y de momento desapareció la pesadilla de las libres asociaciones de Ibarretxe.
En principio, las elecciones de mayo de 2011 hubieran debido servir tanto para valorar la gestión de las mayorías salientes como para convalidar o rechazar el primer bienio del Gobierno PSE con apoyo del PP. Lo primero sigue en pie, y ahí está el refrendo que los electores van a dar en Bilbao a Iñaki Azkuna, convertido en símbolo de una política municipal correcta, un buen talante humano y unas posiciones políticas de carácter general siempre ponderadas, por encima de la adscripción a su partido. Lo segundo en cambio se ha visto afectado por una pluralidad de factores, siempre con la rémora del escaso entusiasmo que la alianza suscitó incluso en la clientela de PSOE y PP.
Patxi López no es un político brillante, pero nadie le puede negar que en estos años difíciles ha logrado sortear situaciones muy desfavorables, algunas de ellas susceptibles de deprimir al más templado. Los azares de la política española le privaron del apoyo tradicional que representaba contar con el Gobierno del PSOE en Madrid, una ventaja de la cual dispuso el PP a fines de los noventa al gobernar Aznar y que favoreció entonces su ascenso político. Bien al contrario, lo que el Gobierno socialista ha supuesto para el PSE en estos dos años es una imagen de gestión desafortunada de la crisis, de manera que el voto socialista en Euskadi no podrá escapar al desgaste experimentado en toda España. Las previsiones de voto así lo anuncian. Y no tiene precedentes en la política europea el hecho de que el Gobierno de Madrid tuviera que aceptar para sobrevivir todas las exigencias del PNV, incluida la marginación total del Gobierno vasco en las negociaciones sobre transferencias y recursos. El trágala surgía de una necesidad acuciante de Zapatero y asumía además la táctica nacionalista, consistente en dejar claro que aun sin Ajuria Enea seguían gobernando Euskadi.
Con su discreción al explicar lo inexplicable, sin embargo, Patxi López logró minimizar los costes para él y para la alianza PSE-PP de la maniobra. También capeó el temporal al plantearse las legalizaciones sucesivas de Sortu y de Bildu, jugando la baza de la normalización y de la respuesta al deseo mayoritario de la sociedad vasca, aun a costa de aparecer de nuevo como actor más que secundario en el proceso. En fin, Basagoiti y él han sabido componer una difícil imagen de acuerdo por encima del enfrentamiento a muerte que en la política española caracteriza a PSOE y PP. Es más, ambos se han convertido en modelos de una atención a los problemas de Estado colocada por encima de los intereses de partido. Si el PNV supo jugar sus bazas en Madrid para marginar al Gobierno vasco, el PP vasco ha sido capaz de mostrar las diferencias sin por ello romper la baraja, y sobre todo de que la opinión pública no nacionalista reconozca su papel en la estabilidad política del país. Las proyecciones de voto parecen avalarlo. Claro que está por ver si el equilibrio en tensión entre ambos partidos sobrevive al juego de las alianzas postelectorales.
Parece que a favor del declive obligado del PSE y de los límites de la clientela electoral ‘popular’, el nacionalismo va a poder proclamar de nuevo que Euskadi es suya. Urkullu ha jugado bien sus cartas, incluso con el farol que posiblemente no lo sea de su protagonismo en la legalización de Bildu, mientras como siempre en período electoral, el PNV habla de gestión y no de utopías. Se mueve sobre una plataforma de voto de clase media satisfecha donde no cabe esperar saltos y puede erosionar tanto a PP como a PSE en Álava. Lo que ocurra luego a este respecto, como en elecciones anteriores, depende de un juego de escaños muy corto. Dado que un Odón Elorza en retroceso se inclinará siempre hacia el PNV, esto puede influir sobre las siempre difíciles posibilidades de acuerdo PSOE-PP en Álava. Como tantos comentaristas recuerdan, el verdadero problema para el PNV es Bildu, que por un lado le proporciona mayor margen de maniobra, incluso en la política de la Comunidad y por otro se presenta como un rival temible en Guipúzcoa. Y en tales circunstancias, si el avance de Bildu va más allá de lo que indican las encuestas, la puja por el soberanismo puede volver, sobre la base de que Euskadi ha dicho no al Gobierno español de Vitoria.
La crisis económica ha hecho lo demás en contra de los gobernantes socialistas, pues ya no resulta posible mantener la generosa acción asistencial que el PNV pudo practicar en los años dorados. A pesar de todo, PSOE y PP tienen razones para estar satisfechos con la normalización que han llevado a cabo de la vida política vasca, al quedar lejos el estado de excepción que ésta hubo de soportar por obra y gracia abertzale, y a favor de la tolerancia del PNV. Con todas sus limitaciones, la política educativa siguió otro rumbo, la Ertzaintza pudo empeñarse en la lucha antiterrorista, de alta y baja intensidad, y de momento desapareció la pesadilla de las libres asociaciones de Ibarretxe. No ha sido poco.
Antonio Elorza, EL CORREO, 18/5/2011