HE SUFRIDO un grave ataque de melancolía al ver las filmaciones de Anna Gabriela en Ginebra, tal vez la ciudad más burguesa de Europa, y bien sabe dios que semejante adjetivo es en mi boca un completo elogio. Aparece la ex diputada confundida con el paisaje, practicando un buen francés y con la melena abierta a despecho de aquel flequillo marcial y berroqueño. Este el sujeto estricto de la melancolía. Yo estaba en el secreto del flequillo de Gabriela, pero callé siempre hasta que su desaparición me permite hablar ahora a quemarropa. Cualquiera creería que se trataba de un flequillo cortado a hachazos, por una madonna cupera que aprovechara un descanso de la lectura coral de Materialismo y Empirocriticismo. Y yo mismo era ese cualquiera hasta que una mañana entrando en mi peluquería cara y burguesa, como corresponde a la adquirida posición de un hijo de barbero, descubrí a Manel haciendo su trabajo en la cabeza de la entonces diputada, minuciosamente y hasta dejarle sin un pelo de tonta. Que el icono supremo del feísmo parlamentario catalán fuese tratado con tan amoroso rigor en la afamada casa Llongueras me provocó una convulsión comparable a la confesión de Pujol. Pero callé, porque a veces me aflojo y porque las noticias me gustan cuando adquieren un punto faisandé.
La huida de Gabriela a Suiza solo es una extensión de su mentira capilar, pero también del buen trabajo de nuestro peluquero. Era un hecho insólito que un proceso de insurrección contra el Estado democrático no tuviera en la cárcel ni en el exilio a los insurrectos pata negra. Inútilmente una señora Boyé cupera se desgañitaba en el Supremo para que la metieran en la cárcel o en otro sitio horroroso, sin ablandar el corazón del despiadado juez Llarena que implacablemente ordenó su inmediato ingreso en la intemperie. Caso que habría sido el de la propia Gabriela de no mediar su inteligente decisión de viajar al extranjero. Toda la insurrección de la que no formaron arte ni parte se la devuelve ahora, ¡blanqueada!, la Helvecia. En nuestros días, el partido independentista que no tiene un militante en el exilio no es nada ni nadie. Solo hay que ver cómo va arrastrando Esquerra Republicana su pesada cadena de tebeo. Junqueras en la cárcel y la temblorosa Marta Rovira –otra peluquería– reuniendo los 60 mil euros que el inefable Llarena ha sido incapaz de exigir al principal responsable de la ruina política, económica y moral de Cataluña, el delincuente señor Artur Mas i Gavarró.
No sé qué va a hacer el Estado español con Gabriela. Ni cómo va a defenderse de sus infamias. Lo máximo que yo puedo hacer es denunciar dónde va a esconderse en Ginebra, que es en el número 4 de place Cornavin.