Ignacio Camacho-ABC
- Simón es el impostor que el Gobierno utiliza para revestir sus mentiras con una pringosa, patética coartada científica
De todas las dramatis personae de la pandemia en España, la figura más despreciable es la de Fernando Simón, el desahogado fámulo que el Gobierno utiliza para propagar falsedades con cobertura científica. La mentira se ha convertido en un instrumento usual en política, tan amortizado que muchos ciudadanos sólo se escandalizan cuando los embustes los profiere el adversario mientras los legitiman si proceden de sus propias filas. Pero Simón no es un político, al menos en teoría; pasa por un epidemiólogo, aunque de clase más bien ínfima, y esa impostura le sirve de coartada para revestir de diagnóstico respetable una colección de consignas que sonrojan a cualquier profesional de la medicina. Para la historia negra de la plaga quedarán su vaticinio de «uno o dos casos» de infección, el aplomo con que desaconsejó el uso de las mascarillas y la manipulación de las cifras de muertos que ayer desmintió una vez más el Instituto Nacional de Estadística. No habrá carta en «The Lancet» ni en ninguna otra revista que le sirva para blanquear su colaboración en la superchería y su desprecio, en ocasiones hasta irrespetuosamente chistoso, hacia las víctimas.
El INE acaba de certificar el dato de fallecimientos por causa -identificada o racionalmente sospechosa- de Covid en los meses de marzo, abril y mayo. Fueron 45.684, personas, es decir, 18.557 más de las reconocidas de forma oficial por el Estado. Una desviación que le parece «muy menor» al ministro del ramo, que al menos se abstiene de hacer bromas sobre este registro macabro. No ocurrió así con su inefable portavoz, quien meses atrás estimaba probable que el desfase entre la realidad y su particular inventario -nunca mejor dicho- se debiese a un repentino incremento de los infartos o «a un enorme (sic) accidente de tráfico». El tipo que dijo eso sigue en el cargo, satisfecho de su personaje, de su popularidad de saldo y de su papel de escudo gubernamental ante el caos. No tendrá nada de extraño que cuando termine la pesadilla lo veamos condecorado; el sanchismo tiene tendencia a crecerse en sus engaños y en sus errores para transformarlos en agravios.
Si en la primera ola hubo más de 45.000 decesos, es probable que a estas alturas ya estemos en torno a los 60.000 en un cálculo benévolo, habida cuenta de que son unos 47.000 los reconocidos en diciembre por el ministerio. No existe ninguna razón plausible, salvo la propagandística, para este birlibirloque numérico, un maquillaje funerario ya sólo atribuible a la costumbre de mentir por sistema, por rutina, por automatismo, por inercia. La misma que empuja a Simón a su triste comedia de servidumbre chapucera en defensa de una gestión negligente, mendaz e inepta. Él sabrá si la recompensa de esa tarea merece este lamentable proceso de autodestrucción ética y la incapacitación definitiva como algo siquiera parecido a un hombre de ciencia.