Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Las candidaturas de Pradales y Otxandiano persiguen no asustar a los electores

Es una expresión que se usa estos días para definir el inmediato futuro de la política vasca y el panorama que abrirán las autonómicas del 2024: no repetirán como candidatos de los partidos más relevantes ninguno de los que lo fueron en los comicios del 2020. La clave, sin embargo, que nos aporta esa alusión a la novedad resulta un tanto pobre y se limita a un tímido cambio generacional. Si el PNV está preocupado porque sus jóvenes lo ven como un partido decrépito y se van a Bildu, mucho me temo que un candidato como Pradales, que rondará la cincuentena en las fechas en las que llegue a esa cita electoral, les parecerá demasiado viejo y les sabrá a poco, más aún teniendo en cuenta su perfil yupi de gris, conservador y aburrido gestor del establishment peneuvero, tan alejado del bilduarrismo revolucionario, alegre y combativo. Yo creo que a Pradales la chavalería díscola que se larga de los batzokis y de la ‘casa del padre’ lo va a ver como al hermano mayor, vendido y pelota que quiere heredar la fábrica familiar. A uno le parece que la clave es otra y que en lo único en lo que coinciden realmente el PNV y Bildu es en una búsqueda del perfil bajo, plano y blandito que no asuste a sus electores más pusilánimes.

Con la calculada elección de Pradales como candidato a lehendakari, el partido de los Aguirres y Lekubes, los Urkullus y Renterías, renuncia, ciertamente, a la mística paralegendaria del euskoapellidismo. Pero no me parece muy probable que esa renuncia atraiga masivamente al voto inmigrante. Podría incluso suceder lo contrario: que el PNV pierda ese voto de los que en dicho sector social se dejaron seducir por esa misma mística que envidiaban y de la que se sabían excluidos.

Sí. Más bien lo que me parece a mí que ha buscado la parroquia jeltzale con un Pradales como aspirante a huésped de Ajuria Enea es exactamente lo mismo que ha buscado Bildu apartando a Otegi de la candidatura electoral: suavizar aristas con esas nuevas caras, desdramatizar la opción, rebajar el tono, desdibujar la imagen… En el caso del PNV, blanquear todo asomo reconocible de su etnicismo sabiniano en un momento en el que ha apostado de forma decidida por tirarse al monte sanchista y al Lizarra catalanista. En el caso de Bildu, blanquear el pasado etarra que esa formación vendió como un activo electoral en las municipales y que reivindica Otegi y Gasset cada vez que filosofa en voz alta. A uno, la verdad, no le extrañaría que la renuncia otegiana hubiera sido una de las clandestinas condiciones que le ha impuesto Sánchez a Bildu para apoyar a Joseba Asiron, su hombre, en la alcaldía de Pamplona, y quién sabe si también para apoyar, tras las autonómicas, a Pello Otxandiano como pretendiente a la Lehendakaritza.