Francisco Sosa Wagner-Vozpópuli
Conservarán los siniestros pliegues en los que hoy se enroscan los embustes, las promesas rotas y las trolas
En España tenemos arqueólogos imponentes cuyos trabajos nos están desvelando enigmas históricos que se remontan a épocas difíciles de alojar en nuestra imaginación. El último ha sido el de la cara, el rostro más antiguo conocido en Europa, que ha sido hallado en el yacimiento de Atapuerca (Burgos). Tiene más de un millón de años y da un vuelco en las investigaciones sobre la historia de la Humanidad.
Estos esfuerzos son motivo de orgullo: nada menos que permiten trasladarnos a un pasado de jeroglífico, sacarlo de su mutismo de siglos y deducir que nuestros ancestros humanos llegaron a Europa occidental mucho tiempo antes de lo que se ha sostenido. Y, sobre esa afirmación, es factible reconstruir nuestras andanzas pasadas, poetizándolas a placer, llenándolas de símbolos, hermosuras y tristuras.
Si esto produce estupor, calcule el lector lo que sentirán los investigadores que trabajen, dentro de muchos años, entre los restos intrincados de los pasillos y despachos del palacio de la Moncloa o de las Cortes de nuestros días, y descubran que, en este siglo XXI que corre, entre los españoles, se dieron casos de rostros o caras únicas en punto a dureza.
Caras como callosidades, imperturbables, ajenas a las estaciones, alejadas de los vaivenes de la coyuntura y de la rigidez de la estructura, indiferentes al estruendo de las contradicciones, dotadas de un vigor especial para mentir y, al mismo tiempo, de una robusta pereza para decir verdad, caras intransigentes a la hora de aturdirnos con sus vulgaridades, con sus necedades y con sus rebuznos.
Caras que son, en puridad, dos caras: una para comprometerse; otra, para romper los compromisos.
Aquí los rostros contemporáneos se podrán cincelar en el Muro construido por el actual gobernante para separanos a los españoles usando el barro ofensivo de la perversidad. Un muro que se está construyendo denso y sombrío, al tiempo hijo de la geología y de la perfidia.
Es probable que los investigadores bauticen esta nuestra época como la de las caras arrugadas pues que conservarán los siniestros pliegues en los que hoy se enroscan los embustes, las promesas rotas y las trolas.
Caras mendaces, caras que acogen la mueca de la patraña y las exhiben como trofeo de bellaco.
Así como los presidentes de los Estados Unidos de América tienen sus rostros eternizados en el Monte Nacional de Rushmore formando un conjunto escultórico que llaman Santuario de la Democracia, aquí los rostros contemporáneos se podrán cincelar en el Muro construido por el actual gobernante para separanos a los españoles usando el barro ofensivo de la perversidad. Un muro que se está construyendo denso y sombrío, al tiempo hijo de la geología y de la perfidia.
Conformarán esas caras duras, no un homenaje a la Democracia, sino la estatua a la Cara Dura, instalada en la plaza de nuestra verdadera Memoria Histórica. Con una cagada de paloma en los hombros y unos niños meando en su base.
El Muro como excremento, como la boñiga del sectarismo. De donde surgen esas caras de piedra que conforman el Muro de los embustes.
Lo malo para los arqueólogos del futuro será que, cuando quieran entablar con la Historia, yerta en su sepulcro, la postrera confidencia agónica, no sabrán distinguir las piedras de las caras.