LIBERTAD DIGITAL 13/12/16
CAYETANO GONZÁLEZ
La gran noticia política de las últimas semanas ha sido, aunque parezca una broma, que la vicepresidenta dispone de un despacho en la sede de la Delegación del Gobierno en Cataluña, en el que, aparte de para cargar el móvil (Soraya dixit), parece que también lo utilizará para intentará buscar un deshielo en las relaciones con la Generalitat, aunque esta, de momento y para marcar territorio, ha convocado una cumbre del Pacto Nacional del Derecho a Decidir en la víspera de la Nochebuena.
Desde que Rajoy dijera allá por finales de 2012 que todos los comentarios que se hacían sobre los intentos secesionistas de Artur Mas y ERC no eran más que «dimes y diretes» no se había asistido a una actuación tan frívola y ligera por parte de un miembro del Gobierno. Bueno, bien pensado, entre medias hubo otra: el debate en televisión, de tú a tú, de Estado a Estado, que se empeñó en tener en setiembre del pasado año el entonces ministro de Asuntos Exteriores –y actualmente tertuliano fijo en 13 TV–, José Manuel García Margallo, con el líder de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras.
Pero lo de Soraya es de otra dimensión. Tras la constitución del nuevo Gobierno de Rajoy, la vicepresidenta se ha lanzado a la piscina catalana muy probablemente sabiendo que no hay ni una gota de agua, pero eso parece que le da igual. Ella se muestra tan rumbosa, tan sonriente, a las puertas de la Delegación del Gobierno –cualquier día de estos le cambian de nombre y le empiezan a llamar «la Embajada»–, posando con el nuevo inquilino del edificio, un señor que procede de Unió Democrática, es decir, que ha sido puesto ahí para molestar lo menos posible a los nacionalistas…
Es de suponer que todo esto Soraya lo estará haciendo con el visto bueno de su jefe, pero como este es parco en palabras y su única reflexión de calado de las últimas semanas la hizo en ropa de deporte y sudoroso para resaltar lo duro que es ser presidente del Gobierno, pues vaya usted a saber.
Lo que sí sabemos es que los independentistas catalanes mantienen intacta su hoja de ruta: en setiembre del próximo año, referéndum. Lo que sí sabemos es que el actual Gobierno de la Generalitat, con su presidente Puigdemont a la cabeza, está prisionero de los radicales de la CUP, los mismos que rompen fotos del Rey y tienen que ser detenidos para comparecer ante la Audiencia Nacional porque ellos no lo hacen por propia voluntad. Lo que sí sabemos es que Oriol Junqueras, actual número dos de la Generalitat, declara un día sí y otro también que el objetivo de su Gobierno es convertir a Cataluña en una república independiente del Reino de España.
¿Y qué sabemos del Gobierno de la Nación? Pues que Montoro siempre está al quite para inyectar el dinero que haga falta a la Generalitat, aunque sea utilizado para alimentar el procés. También se sabe que el Gobierno dice que no permitirá un referéndum unilateral de independencia, aunque con el precedente del numerito, que sí toleró, del 9 de noviembre de 2014, su credibilidad quedó un poco tocada. Pero a partir de ahí, en la estrategia gubernamental para hacer frente al desafío independentista todo son incógnitas o más bien vacíos, porque nadie explica si hay un plan, y si lo hay, en qué consiste.
Hemos sabido en las últimas horas que la vicepresidenta considera un error que en su día el PP no buscara un acuerdo con el PSOE cuando se negoció el nuevo estatuto de Cataluña. Eran los tiempos en que Zapatero dijo aquello de que el concepto de nación es «discutido y discutible» después de haber prometido a Maragall que apoyaría en Madrid lo que le llegara de Cataluña. ¿Podría aclarar Soraya qué margen tenía el PP para acordar algo con el PSOE en esas condiciones? ¿Piensan lo mismo los dirigentes del PP de Cataluña? Si es que todavía queda alguno, porque dos declaraciones más de este tenor de la vicepresidenta y mejor que bajen la persiana.